martes, 27 de octubre de 2009

El Ñu, La hiena y la madurez de las uvas.

En la Sabana africana, un Ñu bragado y rosáceo chozpaba a sus anchas. Era el jefe de la manada y todas las vacas acudían a él. El Ñu retozaba y pacía libremente. No había ningún otro macho joven que le disputara el estatus y a los viejos los había ido arrinconando en diferentes esquinas de la reserva con alguna vaca con la que disfrutar. El Ñu andaba y folgaba a placer. La comida era abundante y el agua no escaseaba. Nadie le molestaba y ni los leones se atrevían a invadir su territorio.
Pero un día las cosas se empezaron a torcer. La hierba empezó por ponerse amarilla. La lluvia dejó de caer durante más de diez meses. Ni una gota. La comida empezó a escasear y las fuerzas de los ñu flaquearon. El bragado Ñu perdió mucha fuerza, adelgazó hasta que las costillas se incrustaron en su piel y poco a poco comenzó a desfallecer.
No muy lejos de allí vivía una familia de hienas capitaneadas por un socarrón macho de larga melena. Haciendo honor a su especie, acosaban, acorralaban y atacaban por detrás a sus piezas hasta que éstas desfallecían y acababan sucumbiendo. En la mandada el anodino macho tenía dos hembras y dos machos para su disfrute. Pero no todo era paz en esta manada de hienas. Una vieja hembra favorita del anterior macho, seguía al grupo de lejos, practicaba incursiones en la sabana por su cuenta y cuando no estaba el macho predominante, disputaba la carroña a cualquier otro congénere.
Cuando el dios de la lluvia decidió dejar de lado a ese lugar del mundo, la comida empezó a escasear en toda la Sabana. Los rumiantes adelgazaron hasta extremos insospechados debido a la falta de hierba, los leones cazaban más pero sus piezas tenían menos carne y los buitres e hienas peleaban entre ellos por disputarse la poca carroña que dejaban leones y panteras.
Las hienas siempre habían sido enemigas acérrimas de los Ñus. Estos, atacaban a los carroñeros en cuanto les sentían. En más de una ocasión alguna hiena había salido malherida por un testarazo de algún Ñu cabreado.
Pero la cosa empezó a cambiar con la sequía. Los Ñus flaqueaban. A muchos les costaba siquiera tenerse en pie. Poco a poco las hienas rodeaban a la manada de ñus que, todos los días, sufrían alguna baja entre sus miembros más jóvenes.
Las hienas estaban a punto de acabar con la manada y sobre todo con su líder. Pero entonces, la vieja hiena aristócrata empezó a disputarle el liderazgo al viejo macho apático. Ella había empezado sola a atacar a los ñus más jóvenes. Luego se le fueron uniendo otros miembros de la manada. Llegó, por fin, el día en que las hienas habían acorralado al viejo e indefenso macho Ñu. Poco a poco fueron cerrando el cerco. El Ñu ya casi no podía moverse. El viejo y anodino macho hiena, mandó atacar por retaguardia al desvalido macho ÑU. Pero la hiena altanera, se tiró al cuello de su congénere mordiéndole la yugular. El macho del líder retrocedió herido de muerte. Las hienas se enzarzaron en una cruenta lucha por ser el primero en hincarle el diente al ÑU. Las bajas de uno y otro lado empezaron a quedar sembradas por la amplia Sabana. El macho Ñu poco a poco, con las míseras fuerzas que aún le quedaban salió corriendo de la trifulca ente hienas.
Nubarrones de tormenta vinieron a acompañar la guerra entre hienas. Pronto empezó a atronar u poco más tarde a llover copiosamente. Estuvo dos horas lloviendo torrencialmente. El mismo tiempo que duró la lucha intestina de las hienas.
Cuando acabaron su mortal riña, apenas quedaban la mitad de las hienas y el Viejo macho ÑU había desaparecido. La vieja y pendenciera hiena sólo pudo decir "No importa, sólo era un amasijo de huesos".