jueves, 7 de enero de 2010

Fábula moderna: machismo y nada que aportar

Don Federico era el perfecto caballero español. Pelo ralo cortado a navaja, pulcras patillas, traje claro de corte escocés y cuadros grises, sombrero panamá blanco y zapato blanco y negro de charol pulcramente sacados brillo por uno de los últimos limpiabotas de la Gran Vía Madrileña.

Doña Carmen era una mujer de belleza normal, extremadamente culta e inteligente, pelo moreno de media melena y rasgos achinados. Gustaba en vestir trajes tradicionalmente masculinos negros u oscuros de pantalón pinzado y americana de tres botones.

Don Federico era un ser de extremadamente religioso, ortodoxo en sus creencias y fanático hasta convertirlo en lunático. Diariamente nunca perdonaba la misa de 9, el vermut del mediodía y la partida de dominó de después de comer.

Por el contrario Doña Carmen era una ferviente defensora de la igualdad, lectora compulsiva y excelente conversadora. Gustaba de la compañía de amigos y nunca decía que no a una obra social o a la ayuda a alguna ONG.

Don Federico y Doña Carmen se convirtieron en personajes públicos de la noche a la mañana. Uno como Ministro de Cultura de un gobierno casposo, ultraconservador y nacionalista y la otra como presidenta de la Sociedad Europea para la difusión de la cultura, el arte y la música.
Don Federico y Doña Carmen coincidían habitualmente en actos sociales y políticos. Ambos vestían habitualmente con sus trajes habituales y ambos departían según sus intereses y sus ideales. Don Federico habitualmente era el despropósito personificado, misógino, racista, machista, soez, gustoso de soliviantar el ánimo de las mujeres que asistían a esos eventos y de contar supuestos escarceos amorosos con alguna de ellas. Por el contrario, Doña Carmen siempre sabía estar, era recatada en sus actos y discreta en sus opiniones. No le gustaba destacar y solía pasar desapercibida. Sus opiniones versaban únicamente sobre los temas preguntados y nunca se salía del tiesto ni calificaba los desvaríos del Ministro.
En el último acto que el que coincidieron, el perfecto caballero español , como gracia, le toco el pecho a una esbelta azafata que su partido había colocado en la entrada delante de toda la prensa que había asistido al evento. La pobre azafata sólo supo sonreír ante la desfachatez del político. No sabemos si por miedo al despido. Ante la ofensa, Doña Carmen se despidió de la prensa con un “Perdonen que me tenga que ir tan rápidamente pero un asunto familiar hace imposible mi permanencia en este evento”.

A la mañana siguiente los artículos del ABC, del Mundo y de La Razón, definían el acoso del Ministro a la Azafata como una simple broma de un excéntrico personaje. El rápido abandono del acto por parte de Doña Carmen era censurado duramente y como razones apabullantes de dicha censura estaban el uso indebido de un traje con pantalón en un acto dónde todas las demás mujeres llevaban vestido de gala, la utilización de un moño que le recogía el pelo y el uso de zapato plano que no pegaba con el denostado traje.

Dedicado a todas aquellas féminas que deben soportar actos machistas diarios y la más casposa crítica, no por sus actos, sino por su forma de vestir.

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