sábado, 9 de enero de 2010

El reverso cuento de la lechera


Cipriano miraba por última vez su casa sentado en el bordillo de la calle con los brazos puestos sobre las rodillas y las manos sujetando las papadas. Ya no había desesperación en sus ojos. Ya no había rabia. Solo odio y desilusión. Atrás habían quedado sueños e ilusiones. Allí estaban sus recuerdos. Sus hijos pequeños trotando por los pasillos. La primera vez que vio el barrio, cuando el edificio sólo era un esqueleto de cemento. Los sudores, las largas jornadas de trabajo de sol a sol, los caprichos no satisfechos. Las horas de cine no vistas. El tren que le trajo a Madrid por primera vez desde el pueblo. Aquella maleta de madera ennegrecida sujeta con una cuerda de esparto. Las horas compartidas de habitación con aquel otro matrimonio joven. Las ratas, la chabola, el barro del invierno. Todo había sido en vano. De nada servían ya todos aquellos esfuerzos y privaciones. Su casa iba a ser derribada. Ya no valían las quinientas mil pesetas que pagó por ella hacía ya casi cuarenta años. Ni el título de propiedad. Ni las leyes. Ni el artículo 33 de la constitución española. Ni las normas capitalistas. Ya no valía nada, porque por encima de su derecho había otro mayor: el de la especulación, el despotismo y la cara dura y el de los ladrones que basan su negocio en las urnas.

El Ayuntamiento estaba a punto de derribar su casa, sus ilusiones y esperanzas, sus ahorros de toda una vida y la que había sido su casa en los últimos treinta y ocho años. Todo legal y en nombre de la prosperidad económica. Nada tenía que ver según sus señorías que la zona fuera privilegiada. Sus escasos veinte minutos al centro de Madrid y su proximidad al aeropuerto y al mayor parque de la ciudad eran meras casualidades. Su propiedad no valía nada porque el bien común era más importante. Las oficinas que se iban a construir y las nuevas viviendas unifamiliares con las que el Ayuntamiento iba a sustituir las modestas edificaciones, significaban progreso para la ciudad. Esa era la escusa.

Cipriano estaba triste porque se había quedado en la calle. El progreso sería para “otros”. A él le habían pagado el valor catastral de su piso y terreno y le habían dejado en la calle. El poco dinero ahorrado se lo había ido dejando en el camino. Abogados y jueces se lo habían comido. Ahora mismo, tenía la cabeza muy caliente, los pies fríos y la cartera tiritando. ¿Dónde se iban a meter ahora?. Con lo que le habían pagado por la expropiación no tenía ni para la entrada de una chabola en el arrabal. Podrían alquilar una vivienda hasta que se les acabase el dinero.

Mientras, los gerentes de la EMV ingresarían bonitas cantidades en sus cuentas corrientes. Las empresas de derribo y nueva construcción, mejorarían sus cuentas de resultado y el ayuntamiento cobraría más impuestos por las nuevas edificaciones.

Todo ello en nombre del libre mercado, del progreso y del bien común.

Dedicado a todos los que sufren indefensión y el asqueroso e infumable acoso por parte del los Ayuntamientos. Dedicado en especial a los vecinos del barrio del Cabanyal de Valencia y del Barrio del Aeropuerto en Madrid.

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