lunes, 26 de julio de 2010

Cuento de Verano: Los Sileros.

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Hace muchos, muchos años había un pequeño pueblo muy, muy lejano en el que todos sus habitantes vivían de la agricultura. Sembraban los claros del bosque y los páramos y con eso tenían para subsistir. Un día, uno de los labradores más listillos, pensó que si derribaba unos cuantos árboles, quitaba los topones y sembraba la tierra ya libre, tendría grano suficiente para poder comprar un arado mejor y una caballería más. Y así lo hizo. Y le salió bien. Y compró un nuevo arado con dos rejas y un nuevo caballo percherón. Su vecino que vio los resultados, pensó que talar, destroncar, y recoger la madera era un trabajo muy pesado y que si le prendía fuego a un lateral del bosque, podría obtener los mismos resultados con un esfuerzo ínfimo. Y así lo hizo. Y le salió bien. Y se compró un arado con tres rejas y un caballo y una mula más. Y todos los vecinos del pueblo repitieron la misma acción de tal forma que el pueblo se quedó sin monte y con mucha tierra de cultivo. Y entonces, otro vecino listillo, pensó que, en lugar de trabajar podría montar un silo donde guardar el grano del resto de los vecinos y por un módico alquiler devolvérselo cuando les fuera necesario. Y así lo realizó, y le salió perfectamente bien. Los vecinos vieron en ese proyecto una buena idea y confiaron todo su grano en el vecino. Durante algunos años, todo fue bien. Los vecinos le confiaban a Nicolás (el dueño del Silo) los kilos de grano sobrante y este se los devolvía en los meses de siembra descontados los kilos del alquiler con los que Nicolás vivía.

Un día, otro de los vecinos, conocido por viajar mucho y trabajar poco, le dijo a Nicolás que había visto en otros pueblos que los meses de siembra no coincidían con los de allí. Y pensó que Nicolás podría dejarle la mayor parte del grano guardado para que los campesinos de aquellos pueblos sembrasen y se le devolviesen multiplicado por dos, justo antes de la época de siembra del pueblo de Nicolás. Nicolás que no veía aquello moralmente aceptable, le dijo que, como mucho, le dejaría parte de sus ganancias. Y así lo hicieron. Y justo antes de la siembra, Salomón, le devolvió a Nicolás lo prestado y dos tercios más. Y al año siguiente, le prestó todo el grano de sus vecinos. Y tan bien fue la cosa, que Nicolás y Salomón se asociaron y ya no dependían para vivir del grano de sus convecinos.

Y así, un día decidieron que en lugar del 1% pactado por guardar el grano, los vecinos deberían pagar el 10%. Los vecinos protestaban entre ellos. Hablaban mal de Nicolás y Salomón, pero como nadie dio el paso de negarles el grano, todos pasaron por el aro y todos aceptaron pagar el nuevo precio. Las cosas ya no eran como antes. Todo había cambiado. En el pueblo, se produjeron cambios. Unos pocos, se aliaron con los usureros. Otros, la mayor parte, hablaban mal de los sileros pero a espaldas de ellos y sin atreverse a decírselo a la cara. Sólo unos pocos, reaccionaron contra Nicolás y Salomón y aunque aceptaron el nuevo precio, discutieron con ellos el trato y se atrevieron a llamarlo por su nombre: usura.

Pasadas unas cuantas cosechas, Nicolás y Salomón, decidieron que, ya no querían guardar granos de trigo, sino de maíz, ya que en los otros pueblos, se daba mejor y era más rentable. Y comunicaron a los vecinos la nueva decisión. Y los vecinos, como la primera vez, renegaban desde lo más profundo de su ser, pero nadie se atrevió a contradecir a Salomón y a Nicolás. Y como no podían sembrar maíz porque el clima era muy seco, nombraron un portavoz que les comunicara a Salomón y a Nicolás que su decisión, era la ruina del pueblo. Y Jesús que era el negociador, les comunicó a los sileros la preocupación de los vecinos. Y éstos le comunicaron a Jesús que si aceptaban trigo, sería a cambio de un porcentaje mayor. Y que para que les diera la rentabilidad del maíz, ese nuevo porcentaje sería del 25%. Jesús les comunicó a sus paisanos el resultado de la negociación. Y los vecinos mayoritariamente aceptaron como mal menor el nuevo precio. Y como Jesús negociaba habitualmente con Salomón y Nicolás, acabó por entender mejor a éstos que a sus vecinos. Tanto fue así, que se asociaron en secreto. Y durante algunos años las cosas fueron mejor para los tres sileros y peor para sus convecinos.

Y un día, sucedió que los pueblos del maíz empezaron a pasar hambre por una tremenda sequía. El maíz se secaba y los sileros empezaron a pasarlo mal. Y entonces Jesús habló con sus vecinos. Y con triquiñuelas, medias verdades y algunas mentiras, convenció a sus convecinos de que los Sileros eran solventes y que debían ayudar a los otros pueblos lejanos. Y entonces, además del 25%, resolvieron pagar un 10% de ayuda que controlarían Salomón y Nicolás. Y los otros pueblos se arruinaron y muchos murieron de hambre. Y los paisanos de Jesús siguieron “jurando en hebreo” de puertas para adentro, mientras que seguían acoquinado sin rechistar. Y Salomón, Nicolás y Jesús siguieron con sus vidas acomodadas. Y los paisanos, siguieron eligiendo a Jesús como mal menor. Y los díscolos fueron tratados de extremistas y expulsados del pueblo. Y ese modo de vida se extendió al resto de la humanidad.

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Imagen: Oriente de Manuel Victorio

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