miércoles, 8 de septiembre de 2010

Fumando espero..., que no me llegue el humo...

Ayer, una veintena de miembros del Club de Fumadores por la Tolerancia , vestidos de mayo del 68 y entonando canciones-protesta de la transición española, han entregado en el Parlamento 500.367 firmas de ciudadanos que no quieren una prohibición total de fumar en lugares públicos cerrados.

Toda esa parafernalia a la hora de la entrega de las firmas en el registro del Congreso, las canciones de los primeros años del posfranquismo, los pantalones de campana y las vestimentas hippies y sobre todo las furgonetas y las cajas xerografiadas indican que los miembros de este club no son gente "normal". Toda esa presentación cuesta una pasta que dudo mucho que haya salido de los firmantes del alegato. Evidentemente presentar las firmas de esa guisa, ha aportado al acto la presencia de periodistas que probablemente si se hubieran llevado de un modo más "normal" no hubieran asistido, También han querido así insertar en la conciencia del ciudadano la idea de que son unas pobres víctimas a las que el gobierno fascista les pretende quitar derechos.

Este mal escritor cometió la torpeza de empezar a fumar cuando apenas contaba catorce años y estuvo fumando casi hasta los treinta. Ahora, sufro las consecuencias en el aparato respiratorio. No me importa que la gente fume en mi presencia si no me echa el humo encima. No echo en falta el tabaco y desde que dejé de fumar (por segunda vez) hace ya casi veinte años, ni he vuelto a probar un cigarrillo, ni he tenido tentaciones de hacerlo. En el estanco de mi barrio (que también es lotería) han estado durante más de cuatro meses las hojas de recogidas de firmas de esta asociación, pero con la participación de Altadis (antigua tabacalera).

Me llama la atención que esta gente pida libertad y que el lema de su campaña sea prohibido prohibir. Libertad ¿para qué? ¿Acaso la nueva ley no les va a dejar fumar en su casa o en la calle? Imaginemos que a mí me gustara inhalar gases tóxicos. Y que reclamara que pudiera hacerlo en bares y locales públicos. ¿Sería correcto? Creo, como decía ayer en mi artículo, en la libertad de actuación de cada individuo siempre que no perjudique al vecino. Y el humo de un fumador, hace daño no sólo al fumador sino a todo el que está a su alrededor. De ahí la prohibición. Decía el portavoz de esta asociación que no entiende por qué si un empresario quiere dejar fumar en su local no puede hacerlo. Suele suceder que los megapijos no creen en derechos de los trabajadores, y ¿qué van a hacer con los camareros, aislarlos?

Por otra parte, si alguien intentara sacar al mercado un producto que contiene alquitrán, nicotina, plomo, acetona, desinfectante, naftalina, disolventes y formol, ¿Sanidad aprobaría la venta de ese producto? Si el tabaco contiene todos esos productos (y alguno más), y se ha demostrado que es un veneno que mata poco a poco, ¿porque sanidad no prohíbe su venta directamente? ¿Por la cantidad ingente de dinero que Hacienda recauda? ¿O porque si se prohibiera pasaría como con las drogas que surgiría un mercado negro? Sea cual sea la respuesta está claro que además de prohibir fumar delante de niños, en locales y establecimientos públicos, el gobierno debería subir el tabaco a precios que hagan que la gente tenga que dejar de fumar por obligación económica. Y aquí no hay cuestiones de igualdad, ni de ricos y pobres. Aquí se trata de salvar vidas: la de los fumadores conscientes o inconscientes y sobre todo de las de los que fuman sin quererlo.


***