martes, 21 de diciembre de 2010

¡Va por ti, maestro!


No sé por qué, pero últimamente me emociono con mucha frecuencia. Debe de ser cosa de la edad. Sólo son momentos bajos, pinceladas de emoción que pintan mis ojos de humedad y que ni siquiera llegan a mojar las mesillas. Simplemente me tiembla la voz, se me nubla la visión y no soy capaz de articular palabra.

Hoy, sin embargo, no sólo las lágrimas han inundado mi cara, sino que llevo cuatro horas intentando decir algo bueno de mi querido Sebastián sin ser capaz de juntar dos palabras coherentes (ya sé que habitualmente tampoco, pero hoy es aún peor). Soy consciente de que todo aquel que conoció a Sebas le admiraba (bueno ese no cuenta) por su talento, por su personalidad y por su saber estar. ¡Si hasta en estado de semiconsciencia fue capaz de trabajar!
Aunque dejó de escribir en nuestra casa (porque Fuego Amigo, siempre será nuestra casa) todos los días de su larga enfermedad ha estado presente como el que más. Sus enseñanzas, su tolerancia y su perspicacia nos han acompañado y nos siguen acompañando.

Particularmente de él aprendí tolerancia. Aprendí también a escuchar y a no ser tan radical (que aunque a veces parezca que lo soy mucho, ni una pizca de lo que fui). Me acercó al anarquismo de tal forma que casi consiguió hacerme de los suyos. Pero yo que, soy inepto por naturaleza, no comprendí del todo su filosofía y ando perdido en esos caminos del comunismo, el ecologismo y el anarquismo. Seguro que Donato acaba su trabajo en este aspecto.

Me gustaría poder decirle a su esposa que disfrute de los hermosos recuerdos que sin duda tendrá y que piense que somos muchos los que le queremos y siempre le llevaremos en nuestro corazón ( y eso no puede ser casualidad, ni la obra de un mediocre). A su hijo, que no le pesen las discursiones que tuvieron porque el confrontamiento generacional es habitual. Y también que no esté celoso, porque somos muchos los hijos espirituales de Sebas, del gran smg310.

¡Hasta en tu muerte convertiste tu cuerpo en un ser excepcional!

Sólo me queda decirte que tu grito de despedida, lleno de intenciones, ya no volverá a ser el mío. Porque no creo ser digno sucesor de una persona tan excelsa, ni estar a la altura de las circunstancias.

¡Salud, república y más escuelas!