viernes, 21 de enero de 2011

Historia de un piso






Yo, señor, ahora soy una casa. Pero no siempre ha sido así. Antes de ser casa, señor, fui solar en construcción y antes fui campo de labranza. Pero, lo que le quiero contar aquí, señor, no es mi historia sino la de las personas que han vivido en mí.

Alberto y Dolores, eran dos jóvenes enamorados que vinieron a verme antes de tener paredes, techos o tejado. Apenas empezaba a ser un esqueleto de hormigón cuando los dos tortolitos estuvieron hablando con el constructor, quién les enseño unos planos y señalando al horizonte les comunicaba dónde estaba la cocina, el salón, el dormitorio, el baño, el aseo y la enorme terraza de 40 metros que podrían disfrutar los días de verano. Don Armando, el constructor, les dijo que yo valía treinta millones de pesetas pero que le tenían que dar 42 si querían quedarse conmigo.
Los tortolitos, llegaron al Banco de Santander. El director de la oficina les ofreció un 120% de la valoración del piso y les dio 45 millones en un préstamo a devolver en 20 años. 42 millones para el constructor y tres para la boda, el viaje de novios y algunos muebles.

Y así, Alberto y Dolores se quedaron con mi propiedad. Durante tres años, estuvieron pagando el plazo de mi hipoteca sin que yo estuviera acabado. Luego, siete años más disfrutando de mis instalaciones (sobre todo de la gran terraza en verano, dónde las barbacoas y fiestas eran habituales). Pero cumplidos los diez años desde el préstamo, Dolores se quedó en paro y andaban mal de dinero. Luego Alberto también se quedó sin trabajo. Y el banco se quedó con el piso, porque aunque sólo debían 20 millones de los cuarenta y cinco, debido a la burbuja que explotó dos años antes, me valoraron sólo en 22 millones. Es como si sólo hubieran pagado dos millones después de diez años.

Y así estuve cerrado tres años más, sin que nadie se ocupara de mi limpieza y aseo. Sin que nadie abriera mis persianas para que la luz entrara en mi interior. Un día, el banco negoció con el gobierno que éste se quedara con todos los pisos vacíos que los bancos habían robado, y que el gobierno pagara a los bancos el 75% del valor de las viviendas. En mi caso, me valoraron en 180.000 euros, lo que supuso que el banco se embolsó 135 000 euros pagados con el dinero de los contribuyentes.

Ya han pasado cinco años del acuerdo entre los bancos y el Gobierno. Alberto y Dolores han vuelto a vivir en mi seno. Ahora como inquilinos. Le pagan al Gobierno 400 euros mensuales de renta. Los dos tienen trabajo, pero entre los dos, no llegan al salario que Dolores ganaba antes de que no pudieran pagar la hipoteca. El banco se quedó con los tres mil euros que sobraron de la venta al estado por gastos de cancelación de la hipoteca.