viernes, 15 de abril de 2011

La República: lo que pudo ser y nunca fue.


Muchas veces recuerdo con añoranza y con el malestar de no haberlo anotado, las historias que mi padre contaba. Mi padre fue uno de los integrantes de la llamada quinta del biberón. Por la segunda mitad de los setenta, cuando empezábamos a ver en España, lo que hasta entonces algunos iban a ver a Perpiñán, a mi padre no le causaban aquellas escenas del destape español ni extrañeza, ni pudor ni siquiera exaltación. Más bien algo de añoranza de aquellos cabarets con mujeres ligeras de ropa que uno podía frecuentar en los primeros años treinta del pasado siglo. No creo que con 12 o 13 años mi padre frecuentara esos establecimientos, pero imagino que mi abuelo a algún tío suyo mayor se lo contara. Recuerdo en particular estas conversaciones porque, a mi que pasé mi primera niñez con el miedo en el cuerpo de una guerra civil después del eunuco fascista, y que en aquellos mismos años por ejemplo en Semana Santa no se podía ni respirar, me llamaba la atención que antes del golpista cabrón hubiera habido otra España diferente.

Mi padre también contaba obnubilado y con pasión, su admiración por su maestro (de escuela). Un maestro sancionado después de la guerra por ser republicano y demócrata. Una escuela convertida en obligatoria desde 1931 con el disgusto consiguiente de todos aquellos padres que preferían a sus hijos ayudándoles a las tareas del campo que verles “perder el tiempo” entre cuadernos, lápices y plumines.

La segunda república española fue el único intento serio en este mísero país lleno de moralistas, curas y extorsionadores, de modernizar la sociedad española. Un intento de acabar con los viejos privilegios con los que no fue capaz de acabar ni el propio Mendizábal durante el siglo y casi medio más que duró su desamortización. Ni los padres que tenían hijos para nutrirse de mano de obra barata, ni los terratenientes y caciques, acostumbrados a hacer y deshacer en cada uno de sus pequeños reinos de taifas, ni mucho menos la iglesia, acostumbrada a crear hombres a su imagen y semejanza, estaban, no ya preparados, sino ni siquiera dispuestos para aceptar leyes como la de la reforma agraria o le de educación.

La España que se encontró la república era una España rural, analfabeta, llena de prejuicios y miedos (metidos en el cuerpo por la iglesia católica durante más de cuatro siglos). Una España en la que las mujeres eran básicamente dos brazos de mano de obra, la asistenta que se encargaba de las tareas del hogar y el ama de cría de los nuevos vástagos que ayudarían en las tareas del campo. (Aunque desde luego y con ser malo, no es comparable con lo que se convirtió después del golpe de estado).

La segunda república española es sobre todo, lo que pudo ser y nunca fue. Es el primer intento de acercarnos a Europa. El primer intento de un estado laico y moderno. El primer intento de darle a la mujer la igualdad que merecía. La iglesia con sus sermones arengando a las masas, los terratenientes presionando a sus trabajadores y los militares descontentos por una reforma que premiaba más los ascensos por méritos que por tiempo, acabaron con el sueño de la España moderna. Pero no sólo es una ilusión perdida. El golpe de estado y la victoria del asesino eunuco, produjo una regresión del país al siglo XVI, dónde el analfabetismo, la inquisición (llamada ahora tribunal de orden público) y el sometimiento de la población eran las señas de identidad del país de Europa más tercermundista.

Mi padre, me contaba historias de la situación prebélica. De los años 34 y 35 del pasado siglo. Y cuanto más recuerdo esas historias, más miedo me da porque se parecen mucho a la situación actual. Una iglesia guerrera que no quiere, no ya perder privilegios, sino más influencia y capacidad para dictaminar normas. Una derecha fascista capaz de todo con tal de seguir mangoneando. Una Europa donde el fascismo gana adeptos día a día. El imperio en crisis y con ganas de salir a toda costa. Y sobre todo, miles de analfabetos intelectuales a los que no les importa que los terratenientes se queden con lo suyo (ahora son políticos en lugar de terratenientes), porque respetan las tradiciones y no intentan meter ideas descabelladas.

Salud, y ¡Viva la República!