jueves, 11 de agosto de 2011

¡O jugamos todos o rompemos la baraja!


El sistema de libre mercado actual, dónde los ladrones no sólo roban carteras, sino que quitan y ponen gobiernos; hacen y deshacen leyes sociales, económicas y laborales, se parece cada día más al cuento infantil de la gallina de los huevos de oro.

Quiero no creer que todo sea debido a un plan maléfico premeditado, más que nada porque no creo en confabulaciones universales ni mucho menos en aquellas alianzas judeo-masónicas de las que hablaba en sus discursos Don Claudio (no tengo confianza para llamarle Claudillo). Y la coyuntura avariciosa es de tal magnitud, que es imposible que no sea fruto de una serie de casualidades (eso si, provenientes de pequeños planes totalmente premeditados con alevosía y mangancia. De lo que se colige que a lo peor las casualidades no existen).

Desde la crisis del 29 del pasado siglo no teníamos una igual. Los permisivos años 20 trajeron una serie de personajes que se dedicaron a ganar dinero fácil a base de inflar la bolsa norteamericana. Las empresas no invertían sus ganancias en mejorar las condiciones laborales o industriales sino en especulativos negocios bursátiles e inmobiliarios. Un descenso estrepitoso del consumo prologado en el tiempo (a consecuencia de las malas condiciones economico-laborales), hizo que la bolsa se desinflase y que llegara el terrible crack que acabó en unas horas con el valor ficticio de las acciones y de los negocios inmobiliarios.

Tras los violentos sucesos de estos días en la Gran Bretaña, se están especulando con razones y porqués y sobre todo se están dando causas que se quedan a medias en el mejor de los casos o simplemente responden a planes para confundir a la población.

Este sistema capitalista, liberal y fascista, dónde un voto no vale nada, y dónde el que tiene dinero hace y deshace a su antojo (eso si, nos reclaman a votar cada cuatro o cinco años con el único fin de justificarse y de que creamos en la justicia del sistema), está quebrando por la avaricia de los tramoyistas. Desde pequeños, nos chutan a base de publicidad en esa droga dura llamada consumo y en la que casi todos caemos: Muñecos, muñecas, juegos, soldados, coches teledirigidos, Ipods, Iphones, ordenadores, consolas, MP3, MP4, wiis, PSPs, etc. Cuando crecemos, siguen metiéndonos en retina más y más consumo: colonias, fulares, ropa de marca, coches, vacaciones lujosas, chicos y chicas de belleza imposible (si no fuera por el fhotoshop), paraísos fotográficos y un estilo de vida al alcance televisivo de todos, que en realidad no existe o está al alcance de muy pocos.

Pero he aquí que, si en el 29 el jueves negro, acabó con muchos de esos especuladores que se tiraban por la ventana desde sus rascacielos o se pegaban un tiro en la boca, ahora no están dispuestos a perder ni un pelo de la cabeza en esta saturación del mercado y explosión de los chanchullos especulativos (como las hipotecas basura y la burbuja inmobiliaria española). Así, presionan e influyen a través de sus negocios y empresas económicas (como las agencias calificadoras o los propios bancos) para que, quienes se tiren por la ventana, o peor, para que el sueño de una vida lujosa siga vivo, pero con muchas menos posibilidades de conseguirlo, para que con más impuestos y menos dinero en el bolsillo, sea el ciudadano quién soporte el ritmo de crecimiento de sus ganancias. Para ello, los gobiernos dejan de invertir en sanidad, educación y dejan de subvencionar a los pobres. Esto retiene el consumo, satura más el mercado y los especuladores aprietan más las tuercas a los gobiernos para que los ciudadanos aporten más y más a sus ganancias.

Cuando los ciudadanos están hartos de ver pasar el tren de la vida lujosa por los desvencijados salones de sus casas, cuando en lugar de comprar comida barata, tienen que ir a ingerirla a comedores sociales, cuando ven como sus ídolos visten camisetas o pantalones de marcas (que explotan a ciudadanos del tercer mundo) y ellos no pueden ni acercarse al lugar dónde adquirirlas, cuando en lugar de ir a trabajar para conseguir dinero con el que pagar todo ese lujo que entra por la tele, se quedan horas y horas pegados a esa realidad inexistente, entonces, sucede como en la Gran Bretaña que, si no puedes conseguir esa vida a través de las normas impuestas, cambias las reglas. Así, le prenden fuego a los negocios de quiénes consideran culpables de su asquerosa vida. Se enfrentan a quienes consideran matones a sueldo de los especuladores, roban lo que consideran suyo, purifican sus vidas mediante el fuego,…

Los especuladores, mientras, siguen alejados del sarao, pero no se dan cuenta que, si cambian las reglas, ellos serán los siguientes en las iras del ciudadano y todo su oro, sus yates, sus mansiones y sus cuentas en suiza, robadas al esfuerzo colectivo, no les servirán de nada cuando estén bajo tierra.

Están matando su gallina de los huevos de oro, no para encontrar la mina, sino para que ésta no deje de producir. Y a veces, hay que saber cuando abandonar antes de que te abandonen.

Este sistema ha fracasado y estamos en el principio del fin.