Ayer, 15 de marzo se celebró el día mundial del consumidor. Nada, lo de siempre. Días de celebración de algo porque el resto del año nadie se acuerda de ello o ellos-ellas. Y es que en el caso de los consumidores, o sea de todos nosotros, parece mentira que nos dejemos tratar así y que no hagamos valer nuestros derechos. Telefónicas, bancos, seguros, eléctricas y otros malos bichos, nos tratan como a la pulga que les pica en sus ingles y que aplastan sin miramiento.
Ayer oía en una radio que debemos protestar y reclamar. Que quién reclama saca siempre algo (aunque sólo sea la cabeza caliente y los pies fríos). Los servicios de atención al cliente son servicios de desinformación y otra forma de hacer dinero de esas empresas. Llamas a números 902 en los que debes hablar con una maquinita que ni entiendes ni te entiende. Reclamas por escrito y te contestan con una carta tipo que dice algo así como que toman nota (pero ni puto caso) y que tu carta sirve para mejorar el servicio. Tu carta sólo sirve para que investiguen cómo saltarse a la torera nuevas reclamaciones. Así que, ¿Para qué sirve el día mundial del consumidor?
Nosotros, pobres consumidores, deberíamos reclamar a los gobiernos de turno, una oficina de atención al consumidor INDEPENDIENTE, y que tramite todas las quejas y reclamaciones y a la que las empresas deberían estar obligadas a mantener y a resolver sus denuncias. Esta oficina independiente sería una especie de tribunal de arbitraje de obligado cumplimiento para las empresas. Porque ahora, aparte de que muchas empresas no se acogen a este servicio, ir a los tribunales es impensable. No se pueden reclamar 300 euros cobrados de más y que el procedimiento te cueste 2000 euros. Eso y que tengas que buscar abogado hasta para escribir al defenestrador del pueblo.