martes, 12 de mayo de 2009


Ayer permanecí pávido, mientras en la Sexta exponían a la vista de sus espectadores el vídeo donde, un hijo de la gran puta, saca una navaja de su bolsillo, se la esconde en la mano derecha y en la primera ocasión la clava con saña en el corazón de un viajero que, rodeado por una multitud, se mofa de la camiseta del hijodelagranputa.

En éste vídeo se ve claramente que es un acto premeditado, que en cuanto el tren llega a la estación dónde hay un centenar de muchachos con símbolos antifascistas, se prepara cuan alimaña para matar.

Según lo estaba viendo, la sinrazón, el odio y las ganas de venganza se apoderaron de mi ser. Sólo quería estar frente al hijoputa y cortarle los huevos en pequeñas tiras con la misma navaja con la que salvajemente había acuchillado al antifascista Carlos Palomino.

Pasadas ya unas horas desde la visión de la espeluznante visión, y una vez mitigadas las ansias de venganza y la vuelta al redil de la razón, la frustración y el pavor se han convertido en una especie de temor. Temor porque las fuerzas armadas y las fuerzas de contención de la ciudadanía (policía y guardia civil) se están llenando de engendros hijosdeputa como el asesino del metro. De individuos cuya ideología, odio y personalidad debería ser suficientes, no sólo para vetar el acceso a los cuerpos de seguridad del estado, sino simplemente para poder tener en casa un tirachinas.

Estos individuos son muy peligrosos y deberían estar “fichados” por el estado para controlar sus movimientos. Alguien que acaba con la vida de una persona de esa manera, no sólo no pueda estar en el ejército o en la policía, no puede estar conviviendo con seres normales.