lunes, 8 de junio de 2009

El Apeadero del Ave en YEBES



El sábado tuve que hacer un viaje relámpago a Zaragoza. Se me ocurrió que como Guadalajara no está tan lejos de mi casa, en lugar de coger el AVE en Atocha, tomar esta ciudad como punto de partida y de regreso. Esta opción tenía el inconveniente de tener que ir en coche hasta la estación, que está más lejos que Atocha y que no todos los trenes AVE paran en el apeadero Guadalajara-Yebes. En cambio, tenia la ventaja de poder aparcar sin complicaciones junto a la estación y que el billete era algo más barato. Una vez visto los horarios, decidí que era la mejor opción ya que el tren de ida elegido era el mismo que el de Madrid y que tenía que adelantar una hora la vuelta lo cual era bueno para mis propósitos.
Bien, pues el sábado por la mañana madrugamos, cogimos el coche en dirección Guadalajara. Aunque había mirado en Google la situación de la estación y el desvío a coger, no las tenía todas conmigo, ya que hacía al menos seis años que no visitaba la capital de la Alcarria. Mis temores fueron creciendo conforme nos acercábamos al destino. Ni un sólo cartel anunciador de RENFE en la A-2. Al llegar a Guadalajara, me desvié por la salida que me había indicado el Google earth, pero para mi sorpresa, todo había cambiado. Había un Hierpercor a la derecha que no conocía, la rotonda se había convertido en una gran plaza y en el desvío no había ninguna referencia a la estación del AVE. De todas formas giramos en dirección a Sacedón. Menos mal que pudimos parar y preguntar a dos personas que por allí paseaban. Una vez nos indicaron, seguimos de frente en dirección a Sacedón. Seguía sin haber ningún cartel de referencia. Cuando llevábamos más o menos cuatro Kilómetros desde la A-2 y tras haber pasado tres desviaciones posibles, apareció el primer cartel. Seguimos y tuvimos que andar otros 8 kilómetros hasta ver anunciada la desviación que lleva hasta el apeadero.
Como podéis observar, me refiero a la estación del AVE de Guadalajara como el apeadero de Yebes. Y es que la impresión es esa. Una estación en mitad de la nada (bueno, en mitad del monte), dónde no hay cafetería, ni kiosco de prensa, ni otro tipo de servicios. Un apeadero en el que, al contrario de lo habitual, el tren se coge al raso. Si llueve, te mojas. Si hace frío, te hielas. Y supongo que si hace calor, te fríes. Un páramo lleno de víboras y de carrascas en derredor. Un sitio dónde las grietas parece que pan a poner fin a la pobre construcción de un momento a otro.
Nunca he entendido porqué se puso la estación en ese lugar, pero ahora que lo he vivido en mis propias carnes menos todavía. A no ser claro que los terrenos fueran de alguien cercano al Ministro de turno. Pero claro, eso es ser mal pensado. ¡Poner un apeadero en mitad de un bosque de encinas dónde abundan las víboras es pura casualidad!