jueves, 20 de agosto de 2009

Segundo Cuento para las Vacaciones


Rosa nunca supo cuando había cruzado la línea que separa los buenos de los malos.
Hasta entonces, siempre había sido una ejemplar secretaria (para su jefa la Gran Marquesa de las Verduras). Nunca había dado ningún problema. Por la mañana llegaba un cuarto de hora antes de la diez y cuando la Gran Marquesa cruzaba el umbral de la puerta, ya tenía puesto en su mesa el cafelito y la copita de orujo (sin yerbas que eso son mariconadas). Siempre había sido atenta a las excéntricas peticiones de la Gran Marquesa. Incluso cuando tuvo aquel accidente de helicóptero junto al gay del rotacismo, estuvo como un clavo en el hospital por si necesitaba algo.
Siempre estaba en el lugar oportuno en el momento de necesidad y siempre era discreta. Nunca tuvo problema alguno con la Gran Marquesa. Incluso ésta siempre había tenido claro que Rosa era votante del partido. Como profesional, jamás hubo ninguna queja y todos los que conocía a la Gran Marquesa se morían de envidia por contar con una secretaria tan eficiente (los hombres además se morían por el cuerpazo de Rosa).
Pero las cosas se tuercen sin que uno sepa dónde exactamente se encuentra el punto de desviación.
Quizá todo empezara el día que Rosa le dijo a la Gran Marquesa que debía de ir al médico porque su embarazo no iba bien. Quizá fue el día en el que se tuvo que quedar en cama por miedo a perder a su bebé. O quizá fue el día en que le comunicaron que las malformaciones de su feto eran de tal calibre que corría peligro la propia vida de Rosa.
La Gran Marquesa, de convicciones católico-talibanes, miembro de la secta opusdiana y defensora a ultranza de posiciones contrarias al aborto de las personas que no sean familiares suyos,(que no de la vida, pues ella instauraría la pena de muerte y las torturas para sacarle información a los terroristas), nunca vio con buenos ojos la interrupción del embarazo de Rosa.
Rosa tuvo que aguantar desplantes, palabras malintencionadas, culpabilidades por retrasos que no eran tales, broncas por la temperatura del cafelito, acusaciones de indiscrecionalidad, supuestos incumplimientos de funciones y hasta un descarado intento de descubrir si no era simpatizante del partido.
Rosa, sometida a una presión incesante por la pérdida de su hijo y por el trabajo acabó arrojándose por una pasarela peatonal a la autovía de Valencia.
Atrás quedaron las informaciones calladas de injusticias en la concesión de subvenciones, de becas dadas a personas que no las necesitaban por el mero hecho de estar “afiladas” a la misma secta espiritual, los cheques nominativos que entregaban en mano a la Gran Marquesa como “premios” y agradecimientos por los servicios prestados, las joyas y vestidos devueltos después de su estreno en algún acto social, las incesantes cestas con jamones y caviar en navidad, los maletines que entraban con trajeados personajes y que nunca salían a la misma hora que el mensajero trajeado, las inconvenientes conversaciones escuchadas entre posturas de café, sobre chanchullos y adjudicaciones de obras, sobre escuchas de teléfonos de enemigos y colaboradores y sobre acciones para medrar dentro del partido.
Rosa se llevó a la tumba toda su sabiduría y la Gran Marquesa siguió feliz entre su mierda.