jueves, 24 de septiembre de 2009

Cuentos de la corrupción


La habitación estaba ahora en calma. No así su cuerpo que aún temblaba de miedo. Los monjes de Silos inundaban el ambiente de la espaciosa estancia con su chill-out. La música era relajante pero no acababa de sosegar su espíritu. Tenía el miedo metido en el cuerpo. Aún quedaban 36 horas para el gran momento.
Primero unas llamadas telefónicas anónimas le había amenazado de muerte si lo hacía, luego Manuel le había llamado en persona intentando hacerle cambiar de opinión. Más tarde llego la llamada de Mariano y por último otra voz anónima le había ofrecido cincuenta mil euros si no asistía. Al final, esa misma tarde había vuelto a recibir amenazas de muerte. Se lo había comentado a sus compañeros de travesía y habían decidido encerrarse en un céntrico hotel a fin de evitar sorpresas. Pero, cuando se encaminaba hacia ese establecimiento, notó como si alguien le siguiera. Había mirado hacia atrás y no reparó en nada anormal, o quizá si. Vio un hombre que, como en las películas, leía un periódico apoyado en una esquina. Reparó en un ciclista extrañamente bien vestido para ir en bicicleta. Una mujer miraba un escaparate bajo una sobrilla. Otra parecía estar esperando a alguien bajo unas enormes gafas de sol. Coches lujosos que circulaban extremadamente lentos. Clientes de hotel sentados en el recibidor que no hablaban entre ellos. Y hasta le pareció ver como un joven con el pelo rapado le disparaba con el dedo.
Tal vez todo fueran imaginaciones suyas, pero no podía dejar de pensar en aquel compañero que quiso denunciar la desidia de la administración con el regadío ilegal y que murió de un extraño accidente de coche. La imagen del cuñado de su hermana al que habían encontrado muerto en su cama sin que el forense pudiera determinar claramente la causa de la muerte, le invadía y le aflojaba los esfínteres. No quiso seguir las consignas que le habían dado, incluso les había amenazado con sacar a la luz conversaciones que había grabado con el líder y que comprometían a éste. Y ahora yacía en un nicho. ¿Le pasaría eso a él? ¿Merecía la pena todo lo que estaba a punto de hacer?
Nunca le interesó especialmente la política. Nunca había militado aunque tenía buenos amigos en ella. Éstos son los que le habían insistido hasta que aceptó. Y en los siguientes once meses su vida había cambiado. Sus amigos no eran lo que parecían. La extorsión y las amenazas eran el pan de cada día. Y había mucho dinero público en juego.
Poco a poco le fue inundando un sentimiento de frustración y de anhelo y se había ido separando de los que fueron sus conocidos (ya había llegado a la conclusión de que nunca habían sido amigos). Le habían utilizado para sus chanchullos. Y desde que se había negado a colaborar, todo estaba paralizado.
Cundo le llamó Agustín, no supo que decir. Lo meditó mucho, incluso sabía que su vida corría peligro, pero al final acabó accediendo. Tenía mucho que perder pero también mucho que ganar.
Y ahí estaba, sentado frente al gran ventanal desde el que se divisaba la playa de Levante, con el miedo clavado hasta en los huesos, con el culo prieto y la cabeza a presión. Aún le quedaban treinta y seis horas para la gran hazaña. Después, en Benidorm habría un nuevo amanecer….