viernes, 6 de noviembre de 2009

Cuento para la Almudena

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Manuel, se acercaba a casa. Con él iban el conductor de Audi azul marino metalizado e Ignacio, el escolta que no se separaba de él cuando salía fuera de su casa o del trabajo.

Manuel despidió al chófer y al escolta. Acababa de llegar a su casa. Todo estaba oscuro. No había luces ni ruidos. Quizá su mujer se hubiera ido con su hijo y con el otro escolta al centro comercial. Llegaba cansado de un duro día de reuniones. Además hoy había habido pleno. Todo estaba en calma. La urbanización de chalets de lujo se caracterizaba por el escaso trato de los vecinos entre sí. Y los ruidos no eran habituales y menos a esas horas de la tarde cuando ya había anochecido. En la casa de al lado se veían dos ventanas con luz en el piso superior. Un perro ladraba a lo lejos. Por lo demás todo estaba en calma. Demasiada calma. Manolo empezó a preocuparse. Dio media vuelta e intentó decirle a Ignacio que algo pasaba. Pero el escolta ya no estaba. Ni tampoco el coche con el conductor. No sabía qué hacer. No sabía si entrar a casa o salir corriendo. Empezó a sentirse como en un capítulo del CSI. Se sentía observado. No quería dar la luz por si eso producía una explosión. No podía salir corriendo (aunque es lo que el cuerpo le pedía) , porque no sabía si había francotiradores apuntándole. Empezó a sudar copiosamente. La camisa se le pegaba a la espalda y las piernas empezaban a agarrotarse. Sentía pánico. Estaba inmovilizado en su propia casa sin saber qué hacer. Empezaron a pasar recuerdos por su cabeza a una velocidad vertiginosa. Las primeras amenazas. Aquella carta por debajo la puerta que le advertía del peligro de dejar que su hijo de 12 años fuera sólo al colegio. La nota que recibió en su despacho junto con un jamón de jabugo en la que se hablaba de los peligros de la conducción. Las fotos que su mujer recibió en un sobre en las que salía su marido yendo al trabajo, su marido al levantarse de la cama, su hijo montando en bicicleta, su hijo jugando al baloncesto, ella misma mientras se duchaba, ella saliendo del Corte Inglés, ¡Si hasta había una foto cuando dormían!. Entonces se lo comentó a Alberto. No sabía si ir a la policía. Nunca le amenazaron de muerte explícitamente. Ninguna nota con las fotos. Ni en la nota de los peligros de ir al cole su hijo ni en la que le indicaba la estadística de los accidentes de tráfico se dirigían a él personalmente. Pero Manuel sabía que eran avisos. Alberto le conminó a callar. Ambos sabían de dónde venían las fotos y las notas. Pero no había pruebas para acudir a la policía. Quizá las fotos podían constituir un delito contra la intimidad pero no había remite. Y ¿quién amenazaba a otro con un jamón cinco jotas? Eran amenazas de las que estila la “familia” siciliana.

Y allí estaba ahora Manolo. Muerto de miedo. Atenazado por sus pensamientos. Algo debía de hacer. De pronto se dio cuenta que junto a una de las columnas del porche había un sobre. Era un sobre mediano. No tenía dirección ni remite. Manolo abrió el sobre. Otra estadística. Mujeres que abandonan a sus maridos. De pronto, los faros de un coche le cegaron los ojos. No veía quién era. Sabía que allí estaba su fin. Soltó la cartera, se llevó las manos a la cabeza y juntó su espalda junto a la columna. Flexionó las piernas. Una lágrima se escurrió por su mejilla. Su mujer le preguntó que hacía en esa posición. De pronto se dio cuenta que era el coche de su mujer el que había aparcado junto al porche. Le dijo que estaba asustado, que al no ver luz en casa y al estar todo en calma había pensado cosas horribles. Su mujer le comentó que había mandado a su hijo a casa de los abuelos porque había recibido una llamada en la que le citaban en el Café Aguirre. Ella sabía que no se atreverían a hacerla nada en un sitio público y menos llevando consigo al escolta. Tras más de media hora de espera no se había presentado nadie. Y cuando ella abandonó la casa, el sobre no estaba. Estaba segura. Manolo ya sabía que es lo que tenía que decir al día siguiente en el comité. Nadie le creía pero él sabía el que, y el por qué de esas amenazas. Por esta vez, todo había sido un ataque de pánico. Y se preguntó si la próxima el pánico vendría por una situación real.