lunes, 14 de diciembre de 2009

La Manifa del sábado


El sábado, acudí con algunos sáquidas a la manifestación contra el recorte de los derechos de los trabajadores. No fue una manifestación al uso, por lo menos para mi. Más bien fue un encuentro entre “colegas” que hace mucho tiempo que no se ven y que tienen muchas cosas que contarse. Tampoco fue una manifestación habitual porque tuvimos que, por educación, aguantar a un paisano mío que, aunque se ve que es leído e instruido, es bastante mal educado y déspota.
Por lo demás, la manifa ha servido para encender los ánimos del hazmellorar de esjpaña que, como siempre y fiel a su tantra, no se entera de nada y dijo que no entendía que no nos hubiéramos opuesto a la política económica de Zapatero y a favor de la reforma laboral. Y digo que no se entera de nada, porque si hubo reproches a una política económica prominentemente capitalista, dónde los trabajadores son considerados por los empresarios un mueble más al que se le puede cambiar de color, de sitio, cargar en exceso mientras aguante y pegarle patadas (aunque sean morales) cuando las cosas van mal (el saco de las hostias). También queremos una reforma laboral en la que se castigue al que no cumple con las obligaciones con sus trabajadores, en la que se reparta el trabajo, trabajando menos horas, en la que nuestros mayores se puedan jubilar decentemente y en la que no podamos ser despedidos por los caprichos del empresario de turno. Una reforma para que las excelsas ganancias no sean para los de siempre y las recesiones las paguemos los trabajadores. Una reforma en la que se prohíba la especulación y en la que los bancos destinen sus ganancias a crear trabajo y no a invertir en hipotecas basura o en paraísos fiscales.
Si estas no eran las peticiones de los síndicos laborales, al menos si eran las mías.

Reflexión:

Veo anoche en el telediario a un Berlusconi con la cara ensangrentada, asustado y demacrado y no puedo evitar que la sonrisa aparque en mis labios. No seré yo quién diga que está bien la violencia. Pero hay veces que, cuando el que ha violado tanto a los demás, le ves caído y rebajado que no puedes evitar que la satisfacción se apodere de tu cuerpo. Allí no había leyes de punto final, ni jueces amigos que evitaran el castigo. Al final ha sido un desequilibrado el que ha puesto, por un instante, las cosas en su sitio.
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