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John Dalphety daba nerviosos paseos aquí y allá en su despacho de la décima planta del edificio de Rapiscan Systems en la washintoniana calle de Saint Bell. Pensaba qué contarles a los consejeros delegados que debían reunirse en la sala contigua a su despacho en unos pocos minutos. Habían invertido mucho tiempo (alrededor de cinco años) y aún más dinero (más de diez millones de dólares) en la investigación de aquel sistema de detección de armas ocultas en los cuerpos de las personas. Mucho tiempo y dinero que ahora no veían que diera los frutos esperados.
Desde que los Estados Unidos y Europa habían prohibido viajar con líquidos y se revisaba todo el equipaje de mano, la neuropsicósis a un atentado terrorista había dsisminuído de tal forma que ya no eran capaces de vender, no ya sólo estos escáneres que tomaban imágenes de los cuerpos en tres dimensiones, sino tampoco de los otros sistemas de detección de partículas potencialmente peligrosas.
La reunión era muy tensa. John Dalphety explicaba la bajada de activos, de ventas y del negocio en sí y los consejeros tenían un semblante cada vez más seco. Así, que, mientras hablaba empezó a rumiar un plan que sacaría a la empresa de la situación.
Faruk Abdulmutalab estaba muy triste ante la actitud tomada por su hijo Umar después de regresar a casa tras su paso por Yemen. Se había vuelto un extremista. Odiaba a muerte a los Estados Unidos y le recriminaba a él y a su madre no seguir fielmente los preceptos que manda el Corán. Discutían todos los días y ya le había amenazado dos veces con dedicar su vida a la ejecución de infieles.
Faruk, banquero nigeriano, tenía un amigo en Estados Unidos de su época en Harvard. Pensó que podría hablar con aquel amigo y explicarle el giro que había dado la vida de su hijo y preguntarle si podría pasar unos cuantos meses en su casa. Matricularía a su hijo en un máster en la Universidad de Washington y así lo alejaría del camino que había emprendido.
Faruk habló con su amigo John en Washington y, tras escuchar la historia del nigeriano, le dijo que se lo pensaría y que al día siguiente le llamaría. Hoy no era un buen día. Su empresa pasaba por grandes problemas económicos y debería encontrar una solución que explicar al consejo de administración.
Durante la explicación al Consejo, John estuvo madurando una idea que le había vendió a su mente como el primer rayo de sol penetra entre los grises nubarrones en un día de tormenta.
Al día siguiente, John llamó por teléfono a Faruk y le explicó que aceptaba quedarse unos meses con su hijo.
En Yemen, Alí Ben Hamir recibió una llamada desde la capital del mundo.
-No se preocupe señor, todo estará conforme a sus instrucciones, repondió Alí.
El 15 de Diciembre, Umar recibió una nota manuscrita en su casa nigeriana. La nota sólo ponía: “الحرب المقدسة” [“Guerra Santa”].
El 24 de diciembre embarcaba en un avión con destino a Amsterdam. Allí recogió su nueva ropa interior, se la puso y embarcó con destino a Dotroit (USA). Cuando la nave sobrevolaba el aeropuerto de Detroit, Umar introdujo una aguja en sus calzoncillos y apretó la jeringuilla. De su trasero empezó a salir humo y dos chispazos. Los asustados pasajeros empezaron a gritar. Alguien cogió un extintor y lo descargó contra el cuerpo de Umar quién automáticamente fue amordazado y retenido.
El cinco de enero Alí Ben Hamir recibía un maletín con diez mil dólares.
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John Dalphety daba nerviosos paseos aquí y allá en su despacho de la décima planta del edificio de Rapiscan Systems en la washintoniana calle de Saint Bell. Pensaba qué contarles a los consejeros delegados que debían reunirse en la sala contigua a su despacho en unos pocos minutos. Habían invertido mucho tiempo (alrededor de cinco años) y aún más dinero (más de diez millones de dólares) en la investigación de aquel sistema de detección de armas ocultas en los cuerpos de las personas. Mucho tiempo y dinero que ahora no veían que diera los frutos esperados.
Desde que los Estados Unidos y Europa habían prohibido viajar con líquidos y se revisaba todo el equipaje de mano, la neuropsicósis a un atentado terrorista había dsisminuído de tal forma que ya no eran capaces de vender, no ya sólo estos escáneres que tomaban imágenes de los cuerpos en tres dimensiones, sino tampoco de los otros sistemas de detección de partículas potencialmente peligrosas.
La reunión era muy tensa. John Dalphety explicaba la bajada de activos, de ventas y del negocio en sí y los consejeros tenían un semblante cada vez más seco. Así, que, mientras hablaba empezó a rumiar un plan que sacaría a la empresa de la situación.
Faruk Abdulmutalab estaba muy triste ante la actitud tomada por su hijo Umar después de regresar a casa tras su paso por Yemen. Se había vuelto un extremista. Odiaba a muerte a los Estados Unidos y le recriminaba a él y a su madre no seguir fielmente los preceptos que manda el Corán. Discutían todos los días y ya le había amenazado dos veces con dedicar su vida a la ejecución de infieles.
Faruk, banquero nigeriano, tenía un amigo en Estados Unidos de su época en Harvard. Pensó que podría hablar con aquel amigo y explicarle el giro que había dado la vida de su hijo y preguntarle si podría pasar unos cuantos meses en su casa. Matricularía a su hijo en un máster en la Universidad de Washington y así lo alejaría del camino que había emprendido.
Faruk habló con su amigo John en Washington y, tras escuchar la historia del nigeriano, le dijo que se lo pensaría y que al día siguiente le llamaría. Hoy no era un buen día. Su empresa pasaba por grandes problemas económicos y debería encontrar una solución que explicar al consejo de administración.
Durante la explicación al Consejo, John estuvo madurando una idea que le había vendió a su mente como el primer rayo de sol penetra entre los grises nubarrones en un día de tormenta.
Al día siguiente, John llamó por teléfono a Faruk y le explicó que aceptaba quedarse unos meses con su hijo.
En Yemen, Alí Ben Hamir recibió una llamada desde la capital del mundo.
-No se preocupe señor, todo estará conforme a sus instrucciones, repondió Alí.
El 15 de Diciembre, Umar recibió una nota manuscrita en su casa nigeriana. La nota sólo ponía: “الحرب المقدسة” [“Guerra Santa”].
El 24 de diciembre embarcaba en un avión con destino a Amsterdam. Allí recogió su nueva ropa interior, se la puso y embarcó con destino a Dotroit (USA). Cuando la nave sobrevolaba el aeropuerto de Detroit, Umar introdujo una aguja en sus calzoncillos y apretó la jeringuilla. De su trasero empezó a salir humo y dos chispazos. Los asustados pasajeros empezaron a gritar. Alguien cogió un extintor y lo descargó contra el cuerpo de Umar quién automáticamente fue amordazado y retenido.
El cinco de enero Alí Ben Hamir recibía un maletín con diez mil dólares.
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