lunes, 18 de enero de 2010

Cuentos del presente: Haití

---
En la habitación del lujoso hotel de Nueva York se encontraban George, Willy, Duncan, Donald y la invitada Hilary. Los cuatro hombres habían quedado urgentemente ante la situación en Haití y habían llamado a la Secretaria de Estado para que asistiera a aquella reunión. Lo principal no era la ayuda inmediata a los haitianos. Lo principal era mandar un montón de militares que con la escusa de la ayuda empezaran controlando el aeropuerto para más tarde y, una vez el rescate ya fuera imposible, acabar tomando Puerto Príncipe y todo el país. La reconstrucción del país más pobre de América era un negocio que los cuatro del CEUS no podían dejar pasar. Y si ya de paso controlaban el país más esotérico del área, mejor que mejor.

Etienne, estaba asustado. Tras el temblor, había quedado atrapado en apenas dos metros cuadrados. Llevaba mucho tiempo allí, aunque no sabía cuanto. Había perdido la noción del tiempo. De pronto, empezó a oír murmullos aunque no estaba seguro. Aguantó la respiración. Si, parecían voces, aunque algo lejanas. Empezó a gritar fuertemente. Poco a poco, las voces se hicieron más audibles, sonaban mucho más cercanas. Ahora escuchaba ladridos de un perro. De pronto, un rayo de luz. Luego, un boquete en el lateral. Alguien le hablaba en un idioma que no conocía pero que le sonaba igual que el que hablan en la otra parte de la isla. Se encontraba cansado pero ileso. El hueco en el que estaba era lo suficientemente grande como para que no tuviera ni una sola magulladura. Lo sacaron del chiscón y allí mismo le hicieron un reconocimiento médico. Alguien le preguntaba en un francés macarrónico si se encontraba bien. El dijo que si. Tras observarle y ver que no tenía ningún rasguño, le preguntaron si había alguien más con él. Dijo que no, que estaba sólo en su casa. Le dieron agua y una onza de chocolate y lo dejaron allí. El equipo de rescate debía seguir sacando gente.


Benjamín Pérez preparaba su mochila para desembarcar. No hacía ni un año que se había alistado en el ejército con la esperanza de poder mantener a su familia. La crísis económica había acabado con su pobre negocio y todo se había ido al traste. Él, que había votado por Obama veía ahora todos sus sueños truncados hasta el punto de tener que haberse alistado en el ejército. Y para colmo de males, le habían embarcado rumbo a Haití sin saber muy bien cual era su misión allí. Les habían dicho que iban para controlar la situación. Para coordinar la ayuda humanitaria americana. Para que no hubiera robos ni rapiñas. Para dejarle claro a los supervivientes que les iban a ayudar “a su manera”. Ben, desembarcó junto con sus compañeros e instalaron el campamento junto al aeropuerto. Desde allí, deberían patrullar por Puerto Príncipe.

Etienne deambulaba por las calles de una ciudad arrasada. Casi no había calles. Todo eran montones y montones de escombros por todas partes. Algunas calles habían desaparecido entre las toneladas de cascotes. Los muertos estaban en la calle diseminados por todas partes, entre las montoneras y debajo de los edificios derrumbados. Intentaba encontrar algo de comer y agua, pero no había forma de conseguirlos. Nadie repartía comida por las calles y el agua potable había desaparecido. No sabía qué hacer. Pensó dirigirse a la puerta del hotel Villa Creole dónde se encontraban los cientos de periodistas que cubrían la noticia. Pero el ejército americano no le dejó pasar ni a él, ni a los otros cientos de personas que se agolpaban en sus alrededores. Preguntó a un soldado dónde había agua y comida, pero este se encogió de hombros.

Pensó entonces dirigirse a las afueras de la ciudad, al campo dónde sin duda la situación estaría bastante mejor. Cuando caminaba sin rumbo fijo, pues faltaba poco para que se hiciera de noche y dada la situación en la que se encontraba la ciudad, no era fácil orientarse, oyó, de pronto, un ruido de un helicóptero. Las decenas de personas que se encontraban cerca de él, se arremolinaron debajo del ensordecedor ruido de las aspas del helicóptero de Naciones Unidas. Del aparato empezaron a caer cosas y la gente se pegaba por recogerlas. Había botellas de agua, arroz, leche en polvo y chocolate. A codazos logró hacerse con dos botellas de agua y unas cuantas tabletas de chocolate. También cogió una bolsa de leche. Pensó entonces dirigirse al orfanato dónde estuvo de pequeño. Quizá la leche le vendría bien a los niños que allí habría.


Ben, montaba guardia frente al hotel dónde estaba la prensa internacional. Las órdenes eran claras, no dejar pasar a nadie que no llevase credencial y sobre todo a nadie con pinta de haber salido de entre los escombros. Había mucha gente frente al hotel. Mucha gente que solicitaba ayuda a los periodistas extranjeros. Quizá pensaban que era una oportunidad para ellos. Quizá creyeran que algún periodista les iba a dar un pasaporte al mundo rico. Ben no entendía que es lo que hacía toda esa gente allí. Pero Ben comía tres veces al día, bebía cuando tenía sed y llevaba un arma sobre los brazos. Se le acercó un negro de unos veintipocos años, desaliñado, sucio y con pinta de tener hambre y le preguntó dónde podía encontrar comida y agua en un inglés poco fluido. Ben se encogió de hombres. No podía hablar con la gente y tampoco le apetecía hacerle caso a ese ser inmundo.


Cuando Etienne llegó al orfanato se le abrieron las carnes y una cortante sensación de abrió el alma en canal. Todo el edificio se había derrumbado. Decenas de pies y cabezas asomaban entre los escombros. Todas eran de niños. Se vino abajo y rompió a llorar. Ben no era muy religioso, ni siquiera temía al malicioso vudú. Pero le preguntó a dios porqué. La situación era terriblemente espantosa. Todos los pisos se amontonaban uno encima del otro pero sin pilares de por medio. Entre medias del dantesco sándwich los cuerpos inertes y masacrados de los niños. Tal repulso le causo la vista que empezó a correr sin rumbo fijo. Todavía no había anochecido aunque ya había poca luz.


Ben, una vez acabada la guardia, montó en el Hammer que le llevaría hasta el campamento montado junto al aeropuerto.


Etienne, paró en seco. La cruz Roja estaba distribuyendo comida en un camión. Con las prisas por salir del entorno del orfanato, se había dejado el agua y el chocolate. Se acercó al camión. La gente empezó a quitarle la comida de las manos a los voluntarios, luego les quitaban las cajas y por último atacaron el camión.


El Hammer del ejército americano se acercaba hacia el tumulto. No sabían a qué se debía, pero había peleas por doquier junto a un camión de la cruz roja internacional. Ben y sus compañeros, fusil en mano, bajaron apresuradamente del camión. Los sucios haitianos empezaron acorralarles pidiéndoles ayuda. De pronto, un tiro, dos, una ráfaga. La gente empezó a huir en todas las direcciones.


Etienne, sintió como un escozor le atravesaba el vientre. Había logrado acceder al camión cuando escuchó una ráfaga de tpequeñas explosiones. Se echó la mano al vientre. Sangraba abundantemente. Estaba caliente. Intentó taponarse la herida con la mano pero la sangre salía a borbotones. Poco a poco fue perdiendo, primero el equilibrio y después la conciencia.


El hammer se perdió al final de la calle. Un periodista español que andaba por allí escribió su crónica que titulaba “Un haitiano muere accidentalmente al intentar el ejército americano disolver un ataque de rapiña”.