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A finales del siglo XIX y principios del XX, los trabajadores inventaron un sistema de protesta para conseguir sus objetivos. Era un sistema de presión que obligaba al empresario a negociar o a acarrear pérdidas importantes. Se trataba de dejar de trabajar, es decir la huelga.
Con el tiempo, el empresario entendió que podía reventar las huelgas contratando para esos días a los que, no teniendo otra cosa con la que llevar el pan a su casa, aceptaban jugarse el tipo siendo esquiroles.
Mas tarde, los gobiernos (al menos aquí en España) entendieron que el nombramiento de servicios mínimos podía mitigar cuando no anular los efectos de una huelga general. Poniendo un 70% de servicios mínimos en transportes, por ejemplo, se aseguraban que la falta de transportes no impidiera a los esquiroles acudir al trabajo.
Ahora, a los servicios mínimos abusivos, se le han unido los voceros particulares que con la desinformación y la manipulación informativa hacen que los que no lo tienen muy claro, se sumen a los que van a trabajar por el efecto borreguil.
Cuando los sindicatos plantean una huelga deberían tener muy presente cuales son los objetivos de la misma. Porque la huelga no puede ser un instrumento de toque de atención. No se puede plantear una huelga de un día como sistema de pre-negociación (como ocurre hoy en correos) o como sistema de decirle al gobierno que no estamos de acuerdo con sus medidas (como ocurrió antesdeayer en la función pública). Porque, a pesar de lo que los equidistantes dicen y piensan, no son los Sindicatos los que salen a la calle. Los que salimos a la calle y paramos somos los trabajadores. Y cuando el trabajador ve que, a pesar de que el gobierno sabe el malestar, de que sabe que muchos funcionarios empezará a “cobrarse” el 5% de sus descuentos, se les convoca a una huelga para que se les descuenten otros 70 u 80 euros, cuando los objetivos no existen porque está garantizado que el gobierno no va a dar marcha atrás, pues lo que pasa es que no acude a la huelga.
Los que el día 8 no fuimos a trabajar, lo hicimos no porque creyéramos que se conseguirían unos objetivos que no eran los nuestros (pulso al gobierno como preparación de la huelga general), sino porque todavía quedamos algunos que tenemos conciencia social, que creemos en el compromiso con los demás y en los representantes de los trabajadores.
Visto lo visto y dado que las huelgas de ahora no tienen objetivos previos, debería de buscarse otro sistema que sirviera para que a los voceros no les quede otro remedio que contar, que el gobierno tenga claro que existe reivindicación y que los empresarios no puedan chantajear a base de dinero que se le niega diariamente al trabajador. Lo que hicieron en Barcelona con una oficina de Marsans me parece bien encaminado y original. Tal vez, va siendo la hora de que en las huelgas se tomen las sucursales bancarias y no se les deje trabajar o la bolsa o sacar por la ventana al presidente del Banco de España. A lo mejor así, las cosas empezaban a cambiar y se tomaban al trabajador más en serio.
Con el tiempo, el empresario entendió que podía reventar las huelgas contratando para esos días a los que, no teniendo otra cosa con la que llevar el pan a su casa, aceptaban jugarse el tipo siendo esquiroles.
Mas tarde, los gobiernos (al menos aquí en España) entendieron que el nombramiento de servicios mínimos podía mitigar cuando no anular los efectos de una huelga general. Poniendo un 70% de servicios mínimos en transportes, por ejemplo, se aseguraban que la falta de transportes no impidiera a los esquiroles acudir al trabajo.
Ahora, a los servicios mínimos abusivos, se le han unido los voceros particulares que con la desinformación y la manipulación informativa hacen que los que no lo tienen muy claro, se sumen a los que van a trabajar por el efecto borreguil.
Cuando los sindicatos plantean una huelga deberían tener muy presente cuales son los objetivos de la misma. Porque la huelga no puede ser un instrumento de toque de atención. No se puede plantear una huelga de un día como sistema de pre-negociación (como ocurre hoy en correos) o como sistema de decirle al gobierno que no estamos de acuerdo con sus medidas (como ocurrió antesdeayer en la función pública). Porque, a pesar de lo que los equidistantes dicen y piensan, no son los Sindicatos los que salen a la calle. Los que salimos a la calle y paramos somos los trabajadores. Y cuando el trabajador ve que, a pesar de que el gobierno sabe el malestar, de que sabe que muchos funcionarios empezará a “cobrarse” el 5% de sus descuentos, se les convoca a una huelga para que se les descuenten otros 70 u 80 euros, cuando los objetivos no existen porque está garantizado que el gobierno no va a dar marcha atrás, pues lo que pasa es que no acude a la huelga.
Los que el día 8 no fuimos a trabajar, lo hicimos no porque creyéramos que se conseguirían unos objetivos que no eran los nuestros (pulso al gobierno como preparación de la huelga general), sino porque todavía quedamos algunos que tenemos conciencia social, que creemos en el compromiso con los demás y en los representantes de los trabajadores.
Visto lo visto y dado que las huelgas de ahora no tienen objetivos previos, debería de buscarse otro sistema que sirviera para que a los voceros no les quede otro remedio que contar, que el gobierno tenga claro que existe reivindicación y que los empresarios no puedan chantajear a base de dinero que se le niega diariamente al trabajador. Lo que hicieron en Barcelona con una oficina de Marsans me parece bien encaminado y original. Tal vez, va siendo la hora de que en las huelgas se tomen las sucursales bancarias y no se les deje trabajar o la bolsa o sacar por la ventana al presidente del Banco de España. A lo mejor así, las cosas empezaban a cambiar y se tomaban al trabajador más en serio.
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