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Éramos pocos y llegó el destructor. Ese que se acuesta con la Botella y se levanta con resaca. El insufrible, el ignominioso, el que sembró España de cemento y ahora acusa a los demás de dejarla llena de escombros. El bufón del hijo tonto de los Bush, que pensó que podía pasar a la eternidad siendo el limpiabotas del imperio y que quiso pagar con dinero público una chapa de chorizos que loara su comportamiento y escribiera su nombre en los libros de historia. El que defenestró todo el tejido empresarial público para colocar a sus colegas de pupitres. El Idi Amin de una España casposa que casó a su hija en el monasterio de los Austrias. El que no quiso renunciar a los emolumentos como consejero de la nación mientras el más poderoso fascistas le daba sueldo y cobijo como pago a los servicios prestados en Irak. El que lleva en sus espaldas (y en su conciencia si la tuviera), más de 198 muertos masacrados en trenes hacia el tajo, porque él quiso jugar a ser el bufón celestial. El que se declaró admirador de otro fascistas como Jose Antonia Primo de Ribera y escribía versos a Franco. El niño pijo, nieto de un abuelo nacionalista vasco, a los que ahora detesta. El TDLC con greñas jipis y abdominales del muñeco de Michelín. El patriota de calamina que no duda en llenar de mierda su España querida en el exterior. El conserje de Georgetown. El insufrible, el innombrable, el nuevo PP botella. El que deberíamos expulsar de España. El que debería ser juzgado por cómplice de genocidio. El que está siendo investigado por no se qué correas. El atascaburras de la cocina fascistoide:
ÉL.
Salud, república y más escuelas.
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