lunes, 19 de julio de 2010

El pan de ayer es nuestro hambre de hoy y de mañana

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Muchas de las películas de Hollywood tratan sobre el gran sueño americano, consistente en el pobre que, a base de trabajo y suerte, consigue una gran fortuna. En España, desde mediados de los ochenta, se forjaron a golpe de hormigón y piqueta dos grandes sueños. Por un lado, estaba el sueño del hombre de pueblo que tenía una huerta cerca de la playa y que soñaba con una recalificación que le llenase la cartilla del banco de ceros a la derecha. Y por otro, el ambicioso hombre Farias que soñaba con tener una conocido concejal al que, por un módico porcentaje, le pudiera sacar una recalificación para llenar de hormigón la huerta comprada al paisano.
Según denunció la semana pasada Greenpeace, en España se destruyen 7,7 hectáreas de costa al día. Son dramáticas las visualizaciones de fotografías de Benidorm, Algeciras, Cabo de Gata, etc. de los años 60 comparadas con las de ahora. Cualquier persona con un poco de sensibilidad entiende que ese tipo de desarrollo, no sólo es insostenible sino inviable a largo plazo. Porque el hormigón masificado trae consigo otros problemas como la escasez de agua y la del tratamiento de los residuos. Municipios como Mazarrón (Murcia) que quintuplican la población en verano y que no pueden tratar sus basuras porque las arcas municipales no pueden soportar el coste económico que supondría dimensionar los servicios para los dos o tres meses de verano.
Pero no sólo las costas españolas han sufrido el acoso del hormigón. Si os ponéis a pensar en alguna de las ciudades del interior que conozcáis y miráis los datos de población de principio de los ochenta y de ahora y si recordáis como eran hace treinta años y como son ahora entenderéis de que hablo. Y para muestra un botón. Recuerdo en mis primeros años de bachiller cuando Burgos apenas pasaba de los 120.000 habitantes y cuya superficie construida se limitaba a los alrededores del casco antiguo y al barrio de Gamonal, unido al centro urbano por la calle Vitoria. Hoy treinta años después, la población se acerca a los 180.000 habitantes (1/3 más) pero la superficie construida se ha triplicado. ¿Para qué tanta vivienda si luego está vacía? El gran sueño español donde los hombres farias se han adueñado de los ayuntamientos y las diputaciones son la respuesta. Desgraciadamente, son muchos los que han vivido alrededor de esta economía ficticia y que aun sueñan con volver a ese tren de vida tirado por el cemento y el ladrillo, sin pararse a pensar que ese tren ha descarrilado y que tardará muchos años en volver a ponerse en marcha. El ladrillo, los farias y los concejales trajeron el pan de ayer y el hambre de hoy y de mañana.


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