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Ayer, el supremo rebajaba también la pena a aquel concejal del OPUS y del partido fascista de los trabajadores que se gastaba la pasta del erario público con una visa institucional en puticlubs y en chaperos varios. Dice el Supremo que no está claro que los chaperos no dieran su consentimiento a la hora de mantener relaciones sexuales. Que yo sepa, en el tema de si gastó o no gastó la pólvora del rey, no afecta nada si los cañones y los culos eran o no consentidos, sino si la pólvora era propia o robada de los arsenales reales.
Poco hay ya que me asombre en este mundo vulgar y menos en este país de tres al cuarto, dónde los gañanes se convierten en empresarios de moda, los ladrones, estafadores y mafiosos pueden llegar a presidir diputaciones provinciales o comunidades autónomas, dónde un metro son noventa centímetros o uno noventa dependiendo si se mide en los alrededores de la calle Génova o si lo hacen en Orcasitas, dónde los trabajadores que luchan por sus derechos son insolidarios y los patronos golfos, líderes a quién seguir, dónde una analfabeta de San Blas es catedrática, a pesar de no saber ni como se llama y los universitarios burros con carnet.
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