
No voy a entrar en el estado de esas carreteras que en muchos casos tienen un pavimento desastroso, que no se repara en años (ejemplos A-1 tramos 149-162 y 225-222 ambos en sentido Madrid), porque no es el caso de este accidente.
El caso de este asesinato vehicular, es uno de tantos en los que se ven implicados jóvenes descerebrados que se meten en un vehículo de gran cilindrada (y, cada día más habitual de alta gama) y que se creen, no ya los dueños de la carretera, sino los del mundo. Estúpidos niñatos que no se paran a pensar que, no sólo juegan con sus vidas y la de los que les acompañan en el coche, sino la de todos los que circulan a las mismas horas y en los mismos tramos que ellos. Si a esto le juntamos que, juntan coche, velocidad y alcohol o estupefacientes, nos encontramos en una ruleta rusa a la que los demás conductores jugamos sin ser conscientes y sin saberlo. No hay conciencia social sobre este problema y para demostrarlo no hay nada más que ver el entierro del asesino y sus acompañantes. Todo el pueblo reunido y pensando, no que los fallecidos habían sido asesinados por un patán, sino que podían haber sido cualquiera de sus hijos. No hay repulsa social contra esta gentuza. Y, al igual que en la violencia de género, mientras los causantes de estas masacres no sean vistos como apestados (antes de que sucedan, claro) no acabaremos con ellos.
Uno puede coger el coche y tener un descuido, dormirse, un fallo mecánico, etc. Pero cuando uno sale en segunda derrapando (para dejar constancia de su hombría y de su estupidez supina), cuando adelanta en raya continua, cuando toma curvas indicadas a 80 a más de 140, cuando adelanta en autovía en zig-zag, cuando pone el coche a más de 180 Km./h, es carne de cañón y lo que es peor, un asesino al acecho de todo el que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino.
En la imagen, estado de los vehículos tras el accidente.
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