miércoles, 23 de febrero de 2011

23F. Recuerdos que me ponen de muy mal humor.


A lo largo de los años, todos evolucionamos. Treinta años después de la función en la que según los suecos un torero irrumpió, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados para representar una función cuyo objetivo era salvar la Monarquía en España, los recuerdos me siguen angustinado. Y lo consiguieron.
En el libro, “Un rey golpe a Golpe” que podéis conseguir aquí, se explican estas y otras cosas sobre la monarquía.

Visto desde la perspectiva que da el tiempo y la edad, mis recuerdos son tristes y sobre todo me producen una mala leche impresionante. Por aquellos años, yo era un joven estudiante de tercero de BUP, en un Instituto público de una de las ciudades más conservadoras de España. Dónde curas y militares tenían un inmenso poder y dónde los pipiolos como yo, que coqueteábamos con el marxismo, éramos considerados poco más que escoria. Por allí ya no andaba el actual secretario de estado de seguridad social Octavio Granados, pero tres años antes, su huella, me había impactado profundamente. La presión era insoportable, sobre todo para mi, que tenía que aguantar durante las clases de gimnasia de las que me había escaqueado legalmente, a dos hijos de puta con pintas, hijos de militares que también se fugaban las mismas clases (no recuerdo si legalmente o no), bien, decía que tenía que aguantar como dedicaban su tiempo a realizar planos de campos de refugiados dónde iban a masacrar a los rojos como yo cuando triunfara de nuevo la cruzada. Su única meta en este mundo era acabar COU para ir a la escuela de oficiales de Zaragoza, aprobar y conspirar para acabar con el estado democrático. Y lo decían sin más. Y a la cara. Sin ningún pudor o atisbo de sentimiento.

Pero no sólo era malo tener a esos dos hijoputas como compañeros de clase. Era peor tener que soportar a otro hijoputa mayor que me daba matemáticas, que una vez que supimos que el golpe no había triunfado el día 24 y mientras me enfrentaba a uno de esos fascistas, me amenazó con expulsarme de una clase que aun no había comenzado y con un suspenso. Lo de la expulsión no lo cumplió pero si el suspenso. Hasta el punto que tuve que pedir que en Septiembre me corrigiera el examen el catedrático. La injusticia de mi suspenso fue tan notable (saqué un 9,5 en ese examen de septiembre) que el mejor profesor que nunca he tenido y al que recuerdo con todo el cariño, le echó en cara en el claustro de profesores su maquiavélica hazaña.

Tampoco olvidaré la peor noche de mi vida, cuyas horas pasé pensando cómo llegar a Francia sin ser detenido y metido en un camión para ser arrojado en cualquier cuneta con una bala en la cabeza como hicieron en el 36. Y si no hubiera sido porque enfrente de mi casa había un cine y al otro lado de la manzana un cuartel. Y que durante toda la tarde estuvieron saliendo soldados a pasear y durante las primeras horas de la noche, volvían al cuartel con gesto tranquilo, en una normalidad absoluta, seguro que habría dejado mi casa, mi cama y mis cosas y me habría escapado en dirección a la frontera aunque hubiera sido andando.

Cuando con el paso de los años, te enteras de que todo fue posiblemente un montaje, un plan macabro de los de siempre para acabar con la posibilidad de la ruptura y para reafirmar un reinado de un tipo que siempre ha tenido malas compañías, te pones de muy mala leche. El Golpe sirvió en definitiva para que una población masivamente aborregada haya pasado de ser en un 80% republicana a un 70% Juancarlista.