viernes, 4 de febrero de 2011

Paisaje Urbano. Cuento


Una botella de cerveza de litro levita sobre una mesa tablero de ajedrez. Alrededor, cuatro árboles mal plantados y medio secos reguilan hacia un temeroso cielo azul. Sobre los asientos, los pies del Peta y del Torico. Su culo sentado en el metálico respaldo de una mesa que debió ser diseñada para que el ajedrez fuera un entretenimiento callejero, pero que han acabado como lienzo grafitero. Ya no se ven los cuadros, pintados y repintados de un ocre sucio, de un negro aún más sucio y de tantos y tantos colores que componen este collage de mil firmas.

No falta el papel, el tabaco y el hachís. Para ambos, es la única salida aunque por diferentes motivos. Entre trago y trago, charlan de mil y una cosa. De Noelia, de la Chari, de lo mal que están las cosas, de las broncas del Peta con su viejo. De la brasa que le da su vieja al Torico. Del paupérrimo partido del Atletico del domingo (otro más). De lo mal que está la vida. De los trapicheos del peta. De cómo saca jamón serrano y productos de droguería del Eroski para venderlo en el boulevard a los abuelos. Incluso hablan de política. No entienden de partidos, ni sindicatos, ni de alcaldes o concejales. Ni de azules ni de amarillos. Para ellos todos son lo mismo. Los políticos son gente lejana al pueblo que viven y trabajan para crearse a sí mismos y a sus descendientes una vida mejor y sólo benefician a quién les puede ayudar en esa meta.

No es extraña esta actitud. Para ellos la vida es una jodida mierda. Frustrados desde pequeños, el Peta incluso maltratado sistemáticamente, no han tenido ninguna oportunidad. Nunca recibieron los estímulos suficientes como ver que, su única salida en ese barrio de mierda, era la de acabar sus estudios. Y se quejan del barrio, de la gente, del presidente del gobierno, del alcalde. No saben muy bien quién es uno y quién es otro, e incluso el Torico a veces le discute que se trata de la misma persona. No tienen trabajo ni estímulos en la vida. Se acuestan tarde y se levantan aún más tarde. Viven de noche y duermen de día. Comen solos y a deshoras por no encontrarse en la mesa con sus viejos y discutir, y levantar la voz, y levantarla más y chillar y acabar dándole un puñetazo a la puerta por no cascarle una hostia a tu viejo.

No creen en nada ni en nadie y son casi los últimos supervivientes de un barrio marginal donde la heroína era más accesible que la gasolina o que un antibiótico. Han visto deteriorarse, a sus colegas hasta enterrarlos. Han estado en las alcantarillas con ellos metiéndose la aguja en lugares insospechados. Ahora están limpios de esa mierda. Pero no encuentran trabajo. Y eso que no les han quedado secuelas. Ninguno de los dos parece un yonki. Incomprensiblemente tienen todas sus piezas dentales. No están demacrados y están limpios. Pero no encuentran trabajo.
Apuran los últimos tragos del tercer litro de cerveza. El Peta ha quedado luego con unos “clientes”. Les sirve hachis pa pagarse sus vicios. Están a gusto en la mesa. Se les une El Picha, que viene del curro. Es el único de los colegas que lo tiene. Aunque tampoco está a gusto. Luis, el Picha, es el único que acabó la escuela, y el Instituto y hasta hizo una carrera. Y de las gordas. Ingeniero de Telecomunicación. Casi na. Pero como dice El Peta, “Pa na”. Porque para servir hamburguesas en el Burguer no hace falta ser ingeniero. Si hasta saca más él del trapicheo que el Picha deslomándose, aguantando a un tontolaba de encargado que no acabó el Instituto y que tiene muy mala baba.

Pero Luis no está de acuerdo. El nunca ha estado en una alcantarilla picándose mierda mientras las ratas revoloteaban a su lado. El tiene trabajo, de mierda, pero trabajo. Un trabajo que también podrían tener ellos. Pero el Peta no quiere porque gana más en sus negocios y el Torico dice que no aguanta que le mande un niñato que sabe menos que él. Pero El Picha no tiene negocios, ni se lleva mal con sus viejos, ni se levanta tarde, ni vive de noche. Se fuma una trompeta con ellos. Se bebe un par de litros con ellos. Pero se va a casa y no a trapichear. Ayuda a sus viejos que están en el paro a pagar la luz, el teléfono, el agua. Y a comprar la comida. Y, al contrario que sus colegas, les está agradecido. Porque mientras ellos jugaban en el parque cuando eran pequeños, Julián, el padre de Luis, le ayudaba con los deberes, jugaba con él al parchís o al fútbol en un campo de tierra del barrio. Luis también quería estar en el parque, pero ahora, lo ve de otra forma. Ahora agradece todo lo que su padre le ayudó. Porque sin su padre, habría acabado en la alcantarilla con las agujas y las ratas.

El Picha trae noticias gordas. Les comenta a sus colegas que le han ofrecido un contrato por tres mil euros al mes. Ambos flipan. Pero hay un pequeño problema. Deberá irse a trabajar lejos. Tan lejos como pueda estar Praga. Una ciudad que ninguno de sus colegas sabría siquiera aproximar en un mapa. Porque tampoco les importa. Porque a ellos, no se les ha perdido nada en Praga. Ni en Burgos, ni en Cádiz o Barcelona. Para ellos, sólo existe su barrio. Su jodido barrio lleno de viejales quisquillosos que se apartan al verles pasar. Para ellos, la vida no ha sido justa. Pero ellos tampoco han sido justos con su vida.

(C) Celemin 2011.