lunes, 21 de marzo de 2011

¡NO A LA GUERRA!


Ayer, ayudaba a mi hijo a resumir la declaración de los derechos humanos y aparte de parecerme un papel mojado porque derechos fundamentales como la libertad de movimiento, de entrar o salir de cualquier país (incluido el propio) o el derecho a una seguridad social (que no se cumple ni en el llamado primer mundo), me parece todo un montón de incongruencias que ni el propio organismo que decreta estos derechos, es capaz de cumplir en su propio funcionamiento interno (unos países tienen derecho de veto sobre lo que se propone y sobre sus resoluciones.)

La ONU y su predecesor la Sociedad de Naciones, es un viejo sueño de de la humanidad consistente en una sociedad o unión de naciones, dónde se tratasen los asuntos delicados que atañen al mundo y dónde el diálogo y las decisiones colegiadas solventaran las tiranteces y esquivaran las guerras. Pero es como todo en este mundo capitalista que vivimos desde hace cinco siglos (José Luis Sampedro dixit), la idea romántica de un principio, se fue prostituyendo a lo largo de los años hasta convertirse en una institución más, que sirve a los poderosos como perfecta escusa contra los débiles.

De la guerra inmoral e ilegal de Irak, el poder mundial, sacó una sola conclusión: que uno si es poderoso puede hacer lo que le venga en gana, pero que para evitar que se lo echen en cara es mejor disimularlo de legalidad. La invasión de Irak sólo sirvió para que ese país, que vivía establemente bajo las órdenes de un sátrapa dictador, pero en el que la mayoría de la gente vivía en unas condiciones aceptables según el prisma occidental, (salvo los Kurdos a quiénes asesinaba vilmente), retrocediera cuatrocientos años de golpe. Salvo las multinacionales norteamericanas que han hecho el agosto con el petróleo y los multimillonarios contratos de obras, el resto de los que allí viven, son cuatrocientos años más pobres, cuatrocientos años menos libres y cuatrocientos años menos humanos. Incluidos los Kurdos a quienes siguen masacrando.

Para la invasión de Libia, han comprado, bajo el manto de la ONU, una orla de legalidad. Legalidad conseguida porque ninguno de los países del Consejo de Seguridad tenía, por ejemplo, los intereses que tiene USA en Israel. Porque de otra forma, hubieran ejercido su derecho de veto y la resolución no hubiera salido adelante. De todas formas, esa legalidad sólo sirve para algunos. Otros, llevan cuarenta años incumpliendo una tras otra, todas y cada una de las resoluciones que la ONU ha acordado sin que “los aliados” se hayan liado a zambombazos con ellos.

Esta nueva guerra, a la que asistimos de comparsas notarios (como los que se van al baño cuando en una venta de un piso se entrega el dinero negro), tiene tres fines ya claros: la destrucción de las armas que primero le han vendido a Gadafi, el petróleo e Irán. Y sino que me expliquen cómo es posible que los dueños del imperio, digan que es posible hasta que Gadafi siga en el poder después de haber acabado con todo su arsenal (que luego le volveremos a vender).

La excusa, han sido los muertos que Gadafi ha pasado “a misil” en la revuelta. Y es excusa porque Marruecos hizo lo mismo en el Sahara y entonces había que ver primero las pruebas y luego ya veríamos (que lo que vimos es que se creyeron a pies juntillas las justificaciones y mentiras del Sátrapa marroquí y se cerró el asunto). Aquí (en Libia) tampoco hemos visto las pruebas pero no las necesitamos porque la decisión ya estaba tomada de antemano (como la de Marruecos pero al revés). Ya habíamos decidido que Gadafi era un asesino hace treinta años, lo que pasa que hasta ahora, no habíamos necesitado tenerle controlado (para lo de Irán). La escusa, también es escusa porque en Saná (Yemen) el ejército del Sátrapa de turno, dejó el otro día cuarenta muertos en sus calles y no he visto que nadie se haya llevado las manos a la cabeza. De igual modo en Sierra Leona, hay una guerra que ya dura veinte años, en la que se reclutan y matan niños, sin que a la ONU le dé ni siquiera una pequeña jaqueca.

Las guerras, nunca son la solución a las atrocidades. Y mucho menos cuando con lo que se quiere acabar no es con la injusticia y el genocidio, sino con la legalidad imperante y lo que se quiere imponer no es la democracia y el raciocinio sino el latrocinio consentido.