martes, 19 de abril de 2011

Europa ya no es social.


Definitivamente la Europa social ha muerto y la Unión está en proceso de demolición. Anteayer, Francia, saltándose a la torera el acuerdo Schengen, cerró la frontera con Italia en el tráfico ferroviario para impedir la entrada de tunecinos a los que Italia les había dado visado durante seis meses al comenzar las revueltas que acabaron con Ben Alí.

El Ejecutivo Comunitario le ha dado la razón a “Le Petit Napoleón” (¡Cómo no!). Últimamente, la unión cada día se parece más a los estados bananeros (como España) donde el poderoso siempre lleva razón frente al débil.

Europa ya no quiere ser solidaria, ni mucho menos social. Véase el vertiginoso ascenso del partido “Verdaderos Finlandeses” en uno de los países más sociales y más progresistas de la Unión. Un partido que proclama que los Finlandeses son mejores que el resto de los humanos, que no creen en la unión puesto que no quieren ceder soberanía a Bruselas y que no están dispuestos a dar dinero a nadie por muy “hermano” que sea y por muy miembro de la Unión europea y por muy mal que lo esté pasando. Cada uno, según este partido, debe correr con sus propios errores. Y parece que, en época de crisis, a los ciudadanos, les gusta este canto de sirenas, sin pararse a pensar que, igual que no quieren pobres extranjeros, tampoco les querrán a ellos si llegan a serlo por muy finlandeses que se crean.

La estrategia de cerrar el enlace ferroviario que une Italia con Francia, obedece al mismo germen que el finlandés. Le Petit Napoleón, no quiere más inmigrantes en su territorio porque no está el horno para croissants. Por eso cerró la frontera. Da igual que los tunecinos que hay en la región italiana de Lampedusa apenas lleguen a los 25.000. Ya se han encargado de hacer correr la voz de que hay cientos de miles de ellos. Como si Túnez se hubiera quedado vacío. Da igual que la mayoría de ellos, salieran de Túnez huyendo del terror de Ben Alí. Da igual que la mayoría huyan del hambre y de una vida sin futuro. Da igual porque Europa no está dispuesta a acoger más mano de obra mientras la opinión pública esté en su contra. No vaya a ser que haya una revuelta como consecuencia de ello.

Debería ser chocante que dos países socios y amigos, con gobiernos proclives al liberalismo, a la xenofobia y a la “devolución” de todas aquellas personas que ellos consideran “ilegales” (por mucho que la carta de los derechos del hombre de la Naciones Unidas, de la que ambos países son firmantes, diga que ningún ser humano es ilegal y que no se pueden poner barreras a la libre circulación de personas) se echaran encima los inmigrantes como quién se arroja un saco de desperdicios (porque para ellos es lo que son). Pero es que el nacionalismo no tiene amigos. Y un nacionalista francés se cree mucho mejor que uno Italiano y viceversa.

Pero no solo Francia es culpable de racismo. Toda Europa somos culpables de racismo, de clasismo y de tener miedo a las consecuencias de las rebeliones del Magreb. Desde aquí, todo nos parece muy bonito. La mayor parte de nosotros estamos convencidos y somos partidarios de esas revueltas. Pero, cuando los afectados por esos regímenes llaman a nuestra puerta pidiendo pan y trabajo, nos llenamos de miedo. Miedo a que nos quiten el trabajo, miedo a que nos peguen su pobreza, miedo a que acaben revolviéndolo todo aquí. Por eso, les cerramos las puertas. Por eso, nos gustan sus revoluciones pero desde el sofá del salón.

¿Dónde está aquella Europa que pagó las carreteras españolas, los pisos en la ciudad de los agricultores y tantas cosas que nos dieron? Alemania, se está cobrando todas esas inversiones con creces y los demás, incluidos nosotros que ya pertenecemos al tren de cabeza, se han olvidado de lo social, porque el fascismo emerge como las boñigas de las vacas secas en un estanque. Europa ya no es social, sino individual. Los europeos no queremos pobres a no ser, claro, que los pobres seamos cada uno de nosotros.