lunes, 2 de mayo de 2011

Ojo por ojo, mientras no se trate del mío.

La historia nos recuerda que, en épocas convulsas como las que vivimos, las personas normales se refugian en pensamientos extremistas, en los instintos más bajos del hombre que le acercan a su parte más animal y dejan de lado lo que nos diferencia precisamente de esos animales.

En la jornada de reivindicación del trabajo y de los derechos de los trabajadores, (y no en la fiesta de los sindicatos como he oído a algún que otro mísero personaje), las manifestaciones se mostraban parcas en asistencia en un país dónde dicen las estadísticas que hay cinco millones de personas paradas. Ni siquiera los que están sin trabajo y sus familiares y amigos solidarios asistieron a las manifestaciones. Es demencial que la gente sin trabajo no sea capaz de salir de casa para que los gobiernos de turno se bajen de esa nube de superioridad en la que viven. Y más demencial aún que éstos se escuden en las malas praxis sindicales para justificarse. Quizá, como decía Vergara en su tira en Público, la solidaridad paternal, el trabajo negro y la insolidaridad de los que aun tenemos trabajo sea la causa de tanto desastre. El descrédito de las organizaciones sindicales tiene menos que ver con su paniaguada actitud que con el desinterés, la insolidaridad, la pasividad y el mortal abrazo del liberalismo de los trabajadores.

Otra de las actitudes intolerantes que está subiendo como la espuma es la que, basada en aquel mensaje bíblico del “ojo por ojo”, intenta tomar el castigo sin juicio previo. Lo vemos en la actitud del partido fascista y de la AVT respecto a Sortu o Bildu. Lo vemos en la condescendencia del gobierno con las propuestas para delimitar derechos civiles en Euskadi (en esa actitud de dejarse tutelar que sigue con los fascistas) y lo vemos en las sentencias de unos jueces (que son cualquier cosa menos demócratas y justos) y que muestran sumisión a su ideología en lugar de a la imparcialidad. Pero mucho más preocupante es la actitud del 99% de las personas y la postura tomada ante el asesinato de Bin Laden.

Cuando a uno le matan a un ser querido el primer pensamiento que le viene es el de tomarse la justicia y acabar con la vida del asesino. Las leyes, la mesura y el tiempo hacen que esa postura se “enfríe” y que si se lleva a cabo, sea castigada. Sin embargo, el Presidente de los Astados Unidos y Premio Nobel de la Paz (lo que dice mucho de ese premio) envía 40 marines al lugar donde reside el mayor terrorista del mundo y, en lugar de detenerlo, lo asesinan de un tiro en la cabeza y arrojan su cuerpo al mar. Si lo hacen los Astados Unidos, está bién, si lo hace Gadafi, es un genocida, si lo hace Israel es en defensa propia, pero si lo hace Hamás es terrorismo. Lo que dice mucho de nuestra laxa moral. Un ser humano civilizado nunca podrá alegrarse del asesinato de otro ser humano, por muy hijo de puta que sea y por mucha gente que haya matado. Precisamente el ser humano se diferencia del resto de los animales en el poder de aplicar castigos acordes con la falta, fuera del momento del suceso acaecido. Y una vez llegados al dormitorio de este asesino, lo lógico hubiera sido detenerlo y juzgarlo. Sólo los asesinos se toman la justica por su mano.

Curiosamente, los Astados Unidos, ejercen de verdugo ilegal y luego advierten al resto del mundo del peligro que su acción tiene. Esperan que los ciegos seguidores de este hideputa asesinado imiten a los americanos y extiendan su terror por el mundo. Cuando esto suceda, serán actos de terrorismo que nada tienen que ver con los actos de justicia de los americanos. Claro que siguiendo las mismas tácticas e intentando imponer su criterio de la misma forma, es difícil de explicar estas diferencias.