viernes, 8 de julio de 2011

Cuento de Verano

Pascual paseaba nervioso del salón a la cocina y de la cocina al salón. Las colillas se amontonaban en un repleto cenicero de cristal. Sabía que era ya inminente y que no podría retrasarlo más. Le temblaban las manos, tanto que casi no era capaz de introducir la colilla del cigarro en la boca. Le temblaban los labios y no sabía si podría hablar llegado el momento. De nada serviría ya oponerse al desalojo. Ya no había solución. A la cuarta, a la calle.

Lejanos quedaban ya, aquellos días de los tres intentos anteriores de dejarle en la calle. Entonces, el 15-M todavía eran un montón de indignados que se creían invencibles. Entonces los vecinos acompañaban a los indignados en la oposición al desalojo. Y hasta en tres ocasiones habían conseguido su propósito. Eso, y el poco interés de uno de los pocos jueces que piensan en las personas más que en los bancos, le había dado tres años más de vida en esa casa pagada en su mayor parte con el sudor de un trabajo duro subido en el camión. Con el esfuerzo de madrugar y de pasarse veinticinco de los treinta días del mes fuera de casa, durmiendo en la cabina del camión, comiendo en bares de mala muerte y haciendo más horas que el propio tráiler.

Pero las cosas se habían torcido cuando la empresa logística para la que trabajaba cerró sus puertas de la noche a la mañana y se llevó con el cierre más de seis mil euros en portes no pagados. A partir de ahí, todo se fue encadenando. El no tenía derecho a paro al ser autónomo. No encontró trabajo. El banco le quitó el camión y por más que lo intentó no encontró otro trabajo. Su mujer le abandonó a las primeras de cambio llevándose a sus hijos a casa de su suegra. Más tarde llegaron las cartas de apremio del banco, el embargo y la sentencia. Luego el primer intento de ejecución impedido por más de cuatrocientas personas, el segundo con más o menos el mismo éxito y un tercero con menos público pero más ruidoso.

Ahora, la situación era bien distinta. Ya nadie acudía a impedir los desalojos después de que, desde hacía más o menos dos años, la policía empezara a pedir carnets de identidad que luego se convertían en seis mil euros de multa por desórdenes públicos. La costumbre empezó a dar resultado tras la cuarta o la quita concentración. Nadie quería que le embargasen la casa para pagar la escandalosa multa. De tal forma que el miedo se propagó como la peste y cada vez acudían menos personas. El gobierno del PP había conseguido el primer triunfo sobre el movimiento de indignados.

Por eso, Pascual sabía que hoy no había nadie que impidiera el desalojo. Por eso Pascual estaba planeando lo que estaba planeando. Por eso Pascual era la definición en imágenes del nerviosismo.

Mientras esperaba lo que ya sabía era irremediable, Pascual recordaba tiempos atrás. Recordaba la alegría de aquella noche del 9 de noviembre en Berlín, cuando, atascado con su camión por una multitud exultante, contempló desde su cabina como desmontaban el Muro, cemento a cemento, trozo a trozo y hierro a hierro. Entonces la alegría invadía, no solo su mente sino la del mundo entero. Se acababa el telón de acero, la guerra fría y el comunismo. Todo el mundo tendría trabajo en aquel mundo ya sólo capitalista y todos seríamos ricos. La democracia, la libertad y el individualismo habían triunfado. Pero entonces, no contábamos con la globalización que hizo que las multinacionales cerraran sus empresas en el primer mundo para trasladar la producción a Asia y a los países del antiguo Telón de Acero, dónde la mano de obra estaba a un precio ridículo y sus ganancias podían cuadriplicarse. Entonces, tampoco contábamos con que China, la Comunista china, abrazaría la producción capitalista bajo un régimen social totalitario. Unas condiciones de vida tan paupérrimas que acabaron invadiendo el mercado mundial sin que nadie pudiera ni competir, ni evitarlo.

Tampoco nadie contaba con que, los liberales habían ganado la partida al comunismo y que, nos convertirían en esclavos a base del consumo. Los primeros años después de la caída del muro, todo el primer mundo gozaba de casa, coche y vacaciones. Todo a base de préstamos. Todo a base de una correa larga que poco a poco se fue acortando y una deuda que actuaba como bozal para la lucha contra la rebelión. Los liberales consiguieron que, en lugar de que China luchara por acercarse en derechos al primer mundo, fuera el primer mundo quién retrocediera al nivel chino. Fue la cuadratura del círculo del liberalismo. Una nueva época de siervos y señores florecía en todo el mundo.

Unos románticos en España, convocaron una manifestación un 15 de junio de 2011. La manifestación fue un éxito. Tanto, que unos cuantos se quedaron en la puerta del sol a exigir un cambio en la política mundial, una vuelta a los derechos de los trabajadores y el abandono de la corrupción por parte de la clase política. Y al principio lo consiguieron. Pero cuando estábamos a punto de reconvertir la situación, los liberales, con el PP en el gobierno, diseñaron una estrategia infalible: hacer correr el miedo en el cuerpo de los indignados a base de multas millonarias por desórdenes públicos.

Una mueca de medio sonrisa recorrió por unas décimas de segundo la comisura de los labios de Pascual. Ya estaba todo decidido. No había vuelta atrás. No podría vivir más en aquella casa. Pero quizá esa situación sirviera de chispa que prendiera la yesca de la indignación.

Sonó el timbre de la puerta. Pascual apretó los puños. De fuera, una voz le recordaba que eran del juzgado y que debía abrir la puerta o la policía se encargaría de hacerlo a por la fuerza. Pascual no contestó. Sonó un golpe seco, dos, tres… Pascual apretó con más fuerza los puños. La puerta cayó de cuajo con un tremendo estruendo. Otro estruendo acalló el primero, una fuerte llamarada invadió el pasillo dónde se agolpaban los policías y el personal del juzgado. Las ventanas salieron volando hacia el exterior. Gigantescas llamaradas acudían a respirar el oxígeno de la calle por los huecos dejados por las ventanas.

Lo había conseguido. Ya no habría desalojo.


Prometo volver desde cualquier cibercafé o desde allí donde consiga una conexión a internet.